“Este libro –escribe el autor– pretende ser un ejercicio de observación que se dirige a lo concreto y particular”. Partiendo de una experiencia personal, Jorge Bustos (Madrid, 1982), subdirector del diario El Mundo y columnista de prestigio, autor también, entre otros, del libro de viajes Asombro y desencanto, ha escrito una “crónica del desamparo” sobre los indigentes que viven en las calles de Madrid.
Se trata de un texto literario y periodístico en el que el autor se implica constantemente con muchas observaciones que añaden amenidad y profundidad sobre un tema poco habitual, pues las vidas de las personas que aparecen descritas en este libro, con un estilo excelente, suelen ser invisibles para el resto de los ciudadanos, en quienes “el contacto visual con el indigente callejero precipita una reacción híbrida en la que se revuelven el asco, la compasión, el miedo y el odio”.
Un cambio de domicilio provoca que Bustos se encuentre de bruces con la realidad del sinhogarismo. Se va a vivir a un sitio cercano al Centro de Acogida San Isidro (“Casi” es su acrónimo). Este establecimiento asistencial, creado en 1943, acoge a más de 300 “usuarios” (como los llaman los trabajadores de la institución) que, por diferentes circunstancias –la mayoría poco originales y casi siempre encadenadas: paro, alcoholismo, divorcios, drogas, enfermedades mentales…–, han acabado arrojados a los márgenes de la sociedad.
El autor se entrevista con la directora del Casi, con miembros del Samur Social, con voluntarios y con muchos de los “usuarios” que viven en este centro y en otros con que cuenta Madrid. Bustos no va solo de visita, sino que asiste a algunos actos, participa en talleres, se va con ellos de excursión… En el libro salen historias concretas de las conversaciones que mantiene con estas personas. Se trata de “una crónica de lo que he visto y me han contado”.
En el Casi, conociendo las muchísimas dificultades que lleva consigo su trabajo, intentan que cada “usuario” recupere su autonomía personal y a ser posible acabe en algún piso tutelado llevando una vida más independiente y normal. Pero, de entrada, el Casi se ha especializado en lo más inmediato e importante: una cama y una comida diaria. Después, intervienen los médicos, los psicólogos, los asistentes sociales, que intentan buscar para cada uno de ellos una solución concreta. Bustos elogia el trabajo que realizan estas personas y estas instituciones, cada vez más necesarias, pues como le comentan al autor, los casos continúan aumentando, ahora con la novedad del incremento de extranjeros y de personas jóvenes con graves problemas mentales.
El autor no sale indemne de esta experiencia. Este asiduo contacto le ha acostumbrado a mirar con otros ojos a los demás. Y en el posfacio concluye: “Nunca seremos fuertes si no nos hemos probado en el encuentro directo con el desvalimiento”.