La primera traducción al castellano del relevante ensayo de Roger Fry en torno a la pintura de Cézanne publicado en 1927, descubre el genio y la personalidad del artista en un penetrante análisis sobre su lenguaje artístico. Paula Lizarraga proporciona en la extensa introducción una información determinante para su lectura.
Roger Fry, crítico europeo de la primera mitad del siglo XX, descubre en Cézanne un modo diferente a los impresionistas de interpretar la naturaleza. En particular revela el valor expresivo en el uso totalmente novedoso del color. Fry aborda el trabajo del artista desde el análisis formal postimpresionista, confiriendo al arte la capacidad de emocionar o conmover a través de los medios formales con los que éste cuenta: el movimiento, la proporción, la disposición y el color. Busca la lógica interna del modo de proceder artístico.
Se disfruta leyendo Cézanne: un estudio de su evolución, parecen plasmarse tras las palabras las pinceladas del artista, sus trazos, el color, y los volúmenes. Descubrimos lo que no fue Cézanne y en un hombre de su talento nos sorprende la inseguridad, limitación y humildad en su plenitud. Su trayecto queda dibujado por el autor a través de obras como El Lázaro o El Banquete en las que la lucha entre los diseños barrocos y la interpretación primitiva, no impide captar su sentido del color.
El autor señala las imperfecciones de esta época de fermentación para mostrar hacia 1870 al artista “aprovechándose de su verdadero talento”. Velázquez, Rembrandt, Monet, Bazille así como el contacto con los impresionistas, especialmente Pissarro, le proporcionaron un método técnico en su exploración de la realidad oculta bajo la apariencia. Los bodegones de Cézanne saturados de color consiguen “una nueva belleza pictórica”. Percibimos en el Frutero la solemnidad de los objetos comunes, a través de una arquitectura en equilibrio, sobre la que dispone la esfera y formas redondeadas. Las naturalezas muertas demuestran la sencillez de volúmenes, las formas geométricas esféricas y su obsesión por los contornos.
Los paisajes se reducen también a elementos de espacio y volumen, mediante su realización en texturas cambiantes recuperan su realidad. A principios de los 80 el artista contaba con un método, de una pasta densa y dura; hacia 1885, influido por la acuarela, su pincelada se hace más libre y suelta, y el cambio de técnica, afirma Fry, le da mayor libertad a la expresión de sentimientos. El Retrato de Mme Cézanne o el de M. Geoffrey exhiben una coherencia entre un intelecto abstracto y una sensibilidad de extremada delicadeza. En Dos hombres jugando a las cartas Fry descubre cómo las variaciones de los planos, la complejidad del color y la libertad del trazo contribuyen a crear sensación de reposo y vida al tiempo. En sus paisajes el color ya es “geométrico”.
Finalmente, el artista rompe los volúmenes dejando que los planos se muevan libremente en el espacio. Se concentra en un único motivo, en un continuo flujo de pequeños movimientos.
Fry descubre a Cézanne como hijo del movimiento romántico, que encuentra su camino a partir de fórmulas fáciles, llega al estudio apasionado de la realidad, y concluye transformando totalmente sus datos para convertirse en “el gran líder de la vuelta moderna a la concepción mediterránea del arte”.