Gran parte de la nueva novela de Ian McEwan (1948) transcurre durante la noche de bodas de Florence y Edward, dos jóvenes veinteañeros ingleses que se casan en 1962 y que pasan su viaje de novios en un hotel de una zona que da nombre a la novela. Lo que sucederá esa noche marcará las vidas de los protagonistas.
Para conocer mejor a los personajes, McEwan introduce flash backs que cuentan cómo se conocieron, por casualidad, en una manifestación contra las armas nucleares y cómo evolucionó su noviazgo.
Lo mejor de la novela es la aproximación a unos personajes que proceden de mundos distintos (Florence, clase alta, amante de la música, y Edward, clase media, con problemas económicos y familiares) y que le sirven a McEwan para hacer un retrato social, político y moral de una época todavía marcada por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, el auge del marxismo (bien recibido en las aulas universitarias) y una tímida liberación sexual que acabará desbocándose a finales de la década. Los dos jóvenes se sienten también satisfechos de vivir en unos años en los que la religión se había vuelto, “en general, irrelevante”.
Las páginas dedicadas a las familias de Edward y Florence, a su formación universitaria y a sus anhelos ayudan a conocer mejor a estos personajes con el fin de que entendamos mejor sus contradictorias reacciones en la noche de bodas. Tanto en el tema como en el estilo y la estructura McEwan arriesga demasiado, pues toda la novela gira en torno al sexo, con una morosidad y un detallismo deliberados.
Las consecuencias de lo que acontece esa noche tienen, para McEwan, un simbolismo personal y social que, sin embargo, parece muy literaturizado y alejado de la realidad. La anécdota que se narra es, con su significación, demasiado rebuscada, y la novela parece más bien un ejercicio de estilo con el que McEwan (ver Aceprensa 146/05), uno de los autores de más prestigio de la literatura europea actual, demuestra su capacidad para la sugerencia, la introspección psicológica y la recreación de atmósferas íntimas y sociales, como ya hiciera en Expiación y en Sábado, sus dos últimas novelas.
La pretendida objetividad con la que McEwan describe los hechos es falsa, pues lo que les sucede a Edward y Florence está escrito -y juzgado- desde la mentalidad actual. En este sentido, el autor manipula el planteamiento moral de la novela con el fin de que los protagonistas aparezcan como víctimas de una sociedad demasiado educada, timorata, contenida. Las conclusiones parecen, pues, inverosímiles, lo mismo que el argumento.