Palabra. Madrid (1997). 431 págs. 2.500 ptas.
Casi simultáneamente se han publicado en el mercado español dos biografías de Chesterton: una traducida del inglés y otra original de Luis I. Seco. Hasta ahora, el lector de habla hispana tan sólo podía encontrar algunas referencias biográficas, muy resumidas, en ciertos estudios sobre literatura inglesa.
Las biografías de Seco y de Pearce son las más recientes publicadas sobre este curioso y atractivo personaje; ambas están excepcionalmente documentadas, gracias al trabajo realizado por los autores en el G. K. Chesterton Study Centre, preparado desde hace años y actualmente dirigido por Aidan Mackey. Así, en ambos libros son citados documentos inéditos -sobre todo correspondencia-, que tampoco manejó Maisie Ward, autora de la biografía chestertoniana «oficial» (aquella que le fue encargada por la viuda del escritor, la cual puso en manos de esta primera biógrafa materiales valiosísimos).
Luis I. Seco, que incluso se preocupó durante años de ambientarse en los paisajes rurales y urbanos frecuentados por Chesterton, posee una larga y brillante experiencia periodística. Esto conlleva que su relato no sólo mantiene el ritmo de una interesante crónica, sino que le acerca de modo connatural al temperamento chestertoniano. Porque Chesterton fue fundamentalmente un periodista, ciertamente un periodista excepcional: un editorialista dotado de auténtico espíritu filosófico -y, gracias a ello, políticamente independiente-; un demócrata que conseguía proponer con gran creatividad, mediante imágenes y palabras accesibles al hombre de la calle, los grandes problemas de la existencia humana. Por eso el periódico diario o semanal eran el vehículo más adecuado para encauzar esas convicciones demócratas que hundían sus raíces en su mente y en su corazón.
Esta primera biografía de Chesterton en castellano deja translucir con fidelidad en anécdotas y en citas lo que en el escritor inglés había de genialidad, de inteligencia intuitiva, vital, fulgurante y profunda. Su vida aparece como una gran aventura del espíritu humano. También se destaca la inmensa humanidad de Chesterton, amigo de los niños porque en el fondo nunca perdió la capacidad de asombro y de regocijo ante la vida que sólo poseen los niños; amigo personal -a veces entrañable- de todos los enemigos intelectuales con quienes largamente disputaba.
El índice de la obra es ya de suyo una obra de arte periodístico: una concatenación lógica de frases muy gráficas -a menudo se trata de expresiones del mismo Chesterton-, elegidas con gran perspicacia.
La biografía de Pearce, aun siguiendo una línea cronológica análoga, que lleva a incidir inevitablemente en buena parte de los mismos sucesos y anécdotas, posee características propias. Ello se debe, en buena parte, a la fuerte conciencia que tiene el autor de estar pisando un campo ya trillado por otras muchas plumas dentro de las letras inglesas. De ahí que Pearce se sienta en la necesidad de fundamentar algunas de sus observaciones con notas críticas (colocadas al final de cada capítulo), necesidad que Seco -y en esto sigue los pasos del mismo Chesterton, siendo ambos periodistas- no experimenta.
Además es característica del estudio de Pearce la inclusión de largos textos de Chesterton en medio de su discurso biográfico. Este recurso no facilita la lectura de una biografía, pero ciertamente enriquece el libro, pues un texto de Chesterton nos lo presenta más vivamente que una fotografía. Por otra parte, esta característica formal otorga a la obra de Pearce cierto tono de ensayo, pues cada texto se presta a ser posteriormente comentado. Pearce destaca ciertamente, tal como aparece en el subtítulo de su obra, la paradójica síntesis de sabiduría e inocencia que caracterizó la vida y la obra del escritor inglés.
Esta síntesis se refleja con especial nitidez en el itinerario religioso que siguió este periodista, poeta, novelista, ensayista, crítico artístico y literario, y gran polemista. El mismo que respondía: «¿Que por qué he entrado en la Iglesia de Roma? Pues para librarme de mis pecados», reconocía también: «Convertirse es aprender a pensar», porque con la fe se descubre una nueva dimensión de la realidad; se ve las mismas cosas que antes, pero ahora coloreadas y no sólo en tonos grises. Creer fue, en fin, para Chesterton, descubrir a los 48 años un nuevo ámbito de libertad antes insólito: «Espacio y libertad: fue esto lo que sentí yo en mi conversión, y de ello he tenido más conciencia desde entonces».
José Miguel Odero