Se podría decir que nadie que quisiera leer algo serio podría encontrar en estas páginas lo que está buscando. ¿O lo contrario? Porque suele ocurrir que a través del humor se dicen las verdades de una manera más sincera, justificándose con una sonrisa de oreja a oreja a la que sigue un “es broma”. Umberto Eco (1932-2016) ponía el dedo en la llaga describiendo en sus artículos una infinita cantidad de paradojas cotidianas a las que, hasta un erudito como él, toda una referencia en el mundo de la semiótica, tenía que enfrentarse. Cualquiera pensaría que escribir sobre ellas era una manera de hacer terapia y por esa razón les dedicó un espacio –medido en horas– en su columna quincenal de L’Espresso.
Eco era capaz de hacer una parodia de las pe…
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