Hace años encontré un mapa que resumía los desplazamientos de población en Europa después del final de la II Guerra Mundial. Me sorprendió enormemente: era la primera vez que veía información detallada sobre el asunto, y tuve que leer varias veces las cifras por lo increíbles que resultaban. Este libro ayudará a que esa sorpresa se dé con menor frecuencia. Keith Lowe aporta en él un interesante estudio de unos años poco conocidos, casi desconocidos por entero si los comparamos con la cantidad de trabajos que se han dedicado a los años de la guerra. Ciertamente se trata de una historia dura, nada agradable de recordar las más de las veces, y controvertida, porque implica reconocimientos de culpas, que nunca son fáciles.
Comienza con un repaso de los efectos destructivos de la guerra que se centra progresivamente en la miseria moral que generó, sin duda la más grave por encima de la material, que fue inmensa. Otra parte del trabajo se dedica al estudio de la venganza como fenómeno extendido de la vida en la posguerra, un capítulo negro, denso en acontecimientos. Las limpiezas étnicas son el siguiente gran tema, en realidad un subgénero de la venganza, lo mismo que las guerras civiles –encubiertas por la Mundial y subsiguientes a ella– que es el último asunto que aborda.
El lector no iniciado en este capítulo de la historia europea encontrará muchos datos interesantes en la obra. Seguramente el sufrimiento de los alemanes sea uno de los más novedosos ya que, por razones obvias, no suele ser tratado. Quizá basta mencionar aquí que unos 12 millones de alemanes fueron expulsados de las tierras en que vivían, empujados hacia el Oeste. Igualmente desconocido suele ser el sufrimiento y persecución a que fueron sometidos los judíos supervivientes, lo que llevó a la mayoría a abandonar Europa y marchar a América o a Palestina.
El nivel de enfrentamiento por motivos étnicos en países que habían vivido la guerra, especialmente en el Este, fue de una crudeza e intensidad tales que se puede afirmar que de estas fechas data la depuración racial de esos estados-nación. En otros, el motivo de enfrentamiento fue más ideológico, como fue el caso de Rumania, Bulgaria o Grecia, pero no menos cruento.
Lowe busca informar equilibradamente de los hechos, muchas veces anteponiendo sufrimientos padecidos por un grupo antes de hablar de los que causó. Hubo pocos que no tuvieran papel activo y pasivo en la tragedia. Su afán de fijar los hechos imparcialmente es encomiable y alcanza en buena medida su difícil objetivo.
No obstante, la idea repetida al final de la obra de que la crueldad de los métodos y su inhumanidad fue equiparable en el Este controlado por los comunistas y en el Oeste, parece una exageración. Para fundamentar su afirmación utiliza siempre ejemplos del caso griego, puede que sin reparar en que la situación griega fue más excepción que norma en los países no comunistas. Tampoco parece buen criterio histórico su identificación de fascismos y derecha: hubo derechistas antifascistas, y muy combativos.
También llama la atención la poca sensibilidad del autor para valorar el factor religioso, tratado como circunstancia sociológica y con escasa simpatía, especialmente en el caso de los católicos. Seguramente una pequeña variación en ese punto de vista ayudaría a comprender la naturaleza del odio que se retrata, sus causas y sus potenciales antídotos.