“Sólo deberíamos leer libros que muerdan”, dice una cita de Kafka con que Pablo d’Ors abre su nueva novela, escrita en 1995 y reescrita en 2012, como señala al final. En ella, su protagonista, el joven berlinés Eugen Salmann, que trabaja en una agencia de publicidad alemana, es trasladado a Praga para abrir nuevas vías de negocio. La novela transcurre en 1991, dos años después de la caída del Muro de Berlín. Eugen, el propio narrador, tiene entonces 26 años, aunque escribe en 2005, cuando piensa que ya ha superado la juventud, esa “etapa de ensayos y horrores de la que tanto cuesta despegarse, en particular a los escritores y los artistas”.
Pero Eugen no tiene puestas sus ilusiones en sus obligaciones profesionales sino en la redacción de su primera novela, para la que piensa que Praga es el escenario perfecto. Con una cultura universitaria y gran conocedor de la literatura centroeuropea, Eugen se considera, sobre todo, un heredero del espíritu de Kafka y de Kundera, escritores que son mencionados a menudo y cuya literatura del absurdo está en la base de esta novela. Sin embargo, pasan los días, las gestiones profesionales no dan ningún fruto y tampoco la novela avanza. Eugen deambula por Praga alimentando una ensayada desolación que lo emparente con sus escritores preferidos, y en el piso donde vive alquilado “sufría porque no tenía un verdadero drama en su vida”, el motor –para él– de la literatura.
Pero las cosas comienzan a complicarse. En una de sus estériles gestiones, intima con Karla Simonícek, la secretaria de uno de los editores más importantes de Praga. A la vez, conoce a Klára Klenka, la mujer de este editor. Y en una reunión de cristianos carismáticos, a la que le invita su casera, conoce a la joven Hanna Freund. Con cada una de ellas vive una relación erótica. Karla, mayor que él, encarna el amor doméstico, apasionado, casi maternal, no exento de arrebatos sexuales y de momentos de cariño y comprensión, aunque tanto con Karla como con las otras amantes la actitud de Eugen es de un insaciable egoísmo disfrazado de experiencia humana y literaria. La autoritaria y caprichosa Klára lo maneja como quiere, también en el terreno erótico. Hanna, sin embargo, es una joven idealista, con valores cristianos, que queda prendada por la falsa personalidad de Eugen, quien solo busca aprovecharse sexualmente de ella. Sus aventuras amorosas concluyen con Dinorah Fromm, una joven bibliotecaria venezolana que, con su transparente actitud, consigue que Eugen cambie de objetivos y vuelva a la normalidad vital. Dinorah es también la destinataria de este libro, que es una confesión, “el aprendizaje de un fracaso”, la clave para poder escribir en el futuro sobre cosas verdaderamente auténticas.
A este ingrediente amoroso, el hilo conductor de buena parte de la novela, hay que sumar el existencial. Aunque Eugen se plantee en general pocas cosas, pues vive instalado en un superficial agnosticismo, en su periplo por Praga conoce al pintor Kaspar Koval, quien dirige un grupo de carismáticos que lo consideran su maestro espiritual, entre los que se encuentra Hanna. Con él mantiene algunas conversaciones de calado en las que Eugen, incómodo, reconoce en su interior la extensión de su impostura. Y es que ha sembrado su vida de mentiras, que multiplica sin inmutarse, sobre todo cuando está con Hanna. Se hace pasar por escritor y teólogo en unas conversaciones falsas y sufridamente egotistas.
Pablo d’Ors emplea también la novela para reflexionar sobre el proceso de escritura y la vida de los escritores, con divertidos e irónicos detalles con los que de alguna manera se ríe de los literatos primerizos que se sumergen deliberadamente en la melancolía como el estado de ánimo ideal del escritor interesante y kafkiano.
El narrador utiliza la novela para comparar su actitud ante la vida cuando tenía 26 años y la que tiene ahora con 40. “En su madurez –leemos– Eugen no piensa en su etapa juvenil con nostalgia, sino con terror”. De ahí el título de la novela, Contra la juventud. Años después escribe que “el joven cree demasiado en sí mismo; no ha tenido todavía la experiencia de la decepción”. Aunque la juventud es la época de hacerse preguntas existenciales y dramáticas, maliciosas y cínicas, “aún no había tenido tiempo ni para el fracaso ni para la felicidad”. El paso de los años ha convertido aquellas experiencias en una parte de la necesaria derrota y de la útil humillación, indispensables para acumular sabiduría.
Estilísticamente, la novela emplea unos ingredientes que imitan la literatura del absurdo: situaciones insólitas e inexplicables, conversaciones desconcertantes y surrealistas, escenas que se presentan como parábolas de la falta de sentido. Esta manera de narrar, etérea, sin un hilo conductor racional, es también un recurso un tanto cómodo para que el autor no se complique mucho la vida con la evolución de la trama, que va a saltos y que deja sin sentido muchos momentos y personajes, que aparecen y desaparecen sin que se consiga encontrar una lógica (o ilógica) explicación, pues todo vale dentro de esa atmósfera irreal.
La novela es, quizás, demasiado larga para lo que cuenta, aunque el autor intenta en todo momento engordar la trama con conflictos amorosos, existenciales y religiosos que cuesta que encajen y tengan suficiente entidad. Hay momentos muy buenos, escenas conseguidas, ideas muy interesantes, reflexiones muy acertadas… pero falta intensidad dramática (o tragicómica, que eso es para el protagonista el resumen de su experiencia en Praga). Sí, se plantean preguntas, inquietantes preguntas, pero la narración, por su querencia hacia el absurdo, no acaba de tener fuerza, puede que por su tono deliberadamente ligero e irónico, útil para algunos pasajes pero que hace superficiales otros momentos, quizás los más interesantes.
Eso sí, estamos ante un escritor que ha conseguido hacerse un importante hueco en la literatura española contemporánea por su sólida y original apuesta narrativa. Pablo d’Ors incorpora a sus libros una temática existencial y espiritual que es una novedad en el panorama literario actual, más centrado en cuestiones ligeras, sentimentales, intimistas y sociológicas. Su manera de abordar el erotismo, por ejemplo, no tiene nada que ver con otros autores, donde aparece como un mero y prescindible recurso físico. En su caso, forma parte de su idea de la unidad de los cuerpos, que se manifiesta en la erótica y en la mística. “El tema de fondo es la unidad –ha dicho en una entrevista–, porque el problema de fondo es la fractura. Estamos divididos dentro de nosotros y con los demás. Lo que nos fractura fundamentalmente es la ideología, pensar que no podemos hermanarnos con el otro, cuando lo que nos une es mucho más profundo que lo puramente ideológico”.
Itinerario del autorPablo d’Ors nació en Madrid en 1963. Contra la juventud es su séptima novela. Su primer libro fue El estreno (2000), una colección de relatos a la que siguieron las novelas Las ideas puras (2000), Andanzas del impresor Zollinger (2003 y 2013), El estupor y la maravilla (2007), Lecciones de ilusión (2008), El amigo del desierto (2009) y El olvido de sí, una autobiografía ficticia de Charles de Foucauld. D’Ors es sacerdote y teólogo y ha ejercido durante años la crítica literaria. Estudió en Nueva York, Roma, Praga, Viena. Como se manifiesta en sus libros, en la propia concepción de la literatura y hasta en sus ambientaciones, sus influencias proceden del mundo cultural centroeuropeo y, de manera especial, alemán. Fue ordenado sacerdote en 1991, ha sido misionero en Honduras y profesor universitario. En la actualidad es capellán de un hospital de Madrid: esta experiencia le ha servido para escribir un interesante testimonio, Sendino se muere. Discípulo del teólogo Elmar Selmann, ha fundado la asociación “Amigos del Desierto”, dedicada al silencio, la oración y la contemplación. De este tema trata su exitoso ensayo Biografía del silencio (2012). Recientemente ha sido nombrado por el Papa Francisco miembro del Pontificio Consejo de la Cultura. |