Ivo Andrić (1892-1975), el autor bosnio de fama más internacional, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1961, cuando su país formaba parte de Yugoslavia. Cursó estudios en Zagreb, Viena, Cracovia y Graz, ciudades importantes del imperio austro-húngaro, al que pertenecía Bosnia-Herzegovina cuando él era un joven estudiante. También fue diplomático de la recién creada Yugoslavia. En España ya habían sido publicados otros tres libros suyos: Un puente sobre el Drina (Luis de Caralt, 1960, y Debate, 1996), La señorita (Luis de Caralt, 1962) –del que se anuncia una próxima edición con el título La mujer de Sarajevo– y El lugar maldito (Caralt, 1975). Los dos primeros, más Crónica de Travnik, forman una trilogía sobre la historia de Bosnia, desde cuando era parte del imperio turco hasta el inicio de la I Guerra Mundial.
En Un puente sobre el Drina, su novela más difundida, se narra la vida de una pequeña ciudad bosnia, Visegrad. El puente adquiere el símbolo de unión, que permanece y es orgullo para todos. En la kapia –ensanchamiento de la calzada, en el que hay unos asientos de piedra sobre el arco central del puente–, los siglos han sido testigos de tertulias, chismorreos y todo tipo de acontecimientos ciudadanos.
Crónica de Travnik tiene una estructura parecida, pues se desarrolla en torno al sofá, un lugar con asientos bajo un tilo del Café de Lutva, en el que se reúnen los beyes de Travnik y otros personajes distinguidos de la ciudad, admitidos a esa tradicional tertulia. Corre el año 1806, los ejércitos de Napoleón están en Dalmacia, y en la tranquila Travnik, bajo la batuta del imperio otomano, se extiende el rumor de que allí se va a instalar un cónsul de «Bunaparte». A esa cerrada y hostil sociedad multirreligiosa –en la que conviven sefardíes, musulmanes, ortodoxos y católicos– llega el cónsul francés. Desde ese momento, la amalgama multiétnica, mantenida en una distendida armonía, comienza a resquebrajarse.
Acertados y definidos personajes, situaciones diversas y tan realistas como para poder haber sido más o menos históricas, se entretejen en una amplia narración que responde con perfección al título de crónica. Ivo Andrić busca y encuentra las razones por las que actúan los protagonistas de la historia, y lo hace de una manera sencilla, directa, con evocaciones ocasionalmente poéticas del paisaje. De una manera circular, reitera las ideas, como lo suelen hacer los orientales en las narraciones de tradiciones orales. En fin, una crónica convincente y sugestiva.