Anagrama. Barcelona (2002). 520 págs. 24 €. Traducción: Cecilia Ceriani.
Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) ha sorprendido a crítica y lectores con un libro experimental que reúne 179 relatos breves redactados por anónimos ciudadanos estadounidenses. Aunque acostumbrados a los diferentes registros y géneros entre los que se desenvuelve el escritor norteamericano -guiones de cine (Smoke, Blue in the face, Lulu on the Bridge), novelas (Trilogía de Nueva York, El Palacio de la Luna, Tombuctú ), poemas y ensayos (Pista de despegue)- este nuevo libro sorprende por su original planteamiento.
La idea de esta obra nació gracias a un programa de Auster en la Radio Pública Nacional. En él, solicitaba a los oyentes que enviasen historias escritas que fuesen breves y verídicas. De las casi 4.000 que recibió, seleccionó estas, aquí agrupadas en diez epígrafes (animales, sueños, familia, disparates, extraños, muerte, guerra, amor ). El resultado es un mosaico variopinto de sucesos autobiográficos que trata de ser un fresco de la vida en los Estados Unidos a lo largo del siglo pasado. El subtítulo -Relatos verídicos de la vida americana- anuncia la unidad del conjunto. Desde un cirujano que soluciona accidentalmente los problemas matrimoniales de un paciente hasta la mujer que es confundida con una amiga en dos ocasiones y en ambas costas del país; de la joven que sigue a una gallina por la calle hasta que ésta llama a la puerta de una casa y entra, al director de departamento que hace amistad con el hombre que ha de aprobarle un proyecto al matar con el coche al perro que no se atrevía a sacrificar.
Las pretensiones literarias de Creía que mi padre era Dios no son, obviamente, estilísticas y, sin embargo, algunas historias llegan a conmover, lo que subraya que nada mejor para ponerse a escribir que tener algo interesante que contar. Las voces en primera persona no resultan cargantes, sino que dotan a las narraciones de autenticidad, emoción, personalidad, y, a ratos, de ambientes mágicos, haciendo válido de nuevo el aforismo de que la realidad supera la ficción.
Agustín Alonso-Gutiérrez