Crematorio es una amarguísima disección de la sociedad actual, a la vez que una reflexión sobre la muerte, imbuida de un hondo existencialismo ateo. Acaba de morir un antiguo luchador de izquierda, Matías Bartomeu. A partir de este hecho, vamos conociendo las reacciones de distintos personajes relacionados directamente con él: su hermano, un corrupto y enriquecido constructor; la jovencísima mujer de éste, frívola y ambiciosa; la hija de un primer matrimonio, una progresista bienpensante y algo convencional; su yerno, un desencantado profesor de literatura, etc.
La galería se va ampliando, a base de una sucesión de monólogos que no dan tregua al lector en el afán por multiplicar la sensación de honda soledad que tienen los personajes más lúcidos o la estupidez fundamental en la que viven otros. Para el autor, en cualquier caso, todos son el reflejo de una sociedad, la española del siglo XXI, que vive de forma opulenta y autocomplaciente.
Sin duda el gran acierto de Chirbes reside en atizar su crítica feroz contra una España posmoderna y hedonista, que se divierte de espaldas a las grandes preguntas y que ha hecho del materialismo puro la única razón para vivir. El resultado, que el autor ha sabido reflejar con acierto, es una España de nuevos ricos que sufre de amnesia. Hace no tantos años, muchos de los que ahora entienden de vinos exquisitos estaban aprendiendo las primeras letras en una escuela tercermundista.
Llegados a este punto, nadie se libra del sarcasmo, ni siquiera las verdades exentas de cualquier cuestionamiento en la opinión pública: el culto al cuerpo o el cambio climático no salen bien parados, precisamente, en algunas reflexiones de los protagonistas. Estos, por otro lado, tampoco son seres demasiado malvados. Sí pueden ser acusados de hipócritas o egoístas, pero en el fondo Chirbes deja también un resquicio para la humanidad cuando va enseñando poco a poco sus cuitas y sus limitaciones.
En su afán por ahondar en el interior de sus personajes, el autor alarga los monólogos durante páginas y páginas, sin dejar respiro al lector (los puntos y aparte brillan por su ausencia). Busca un efecto de desquiciamiento que, ciertamente, consigue a fuerza de saltar de tema en tema sin dejar títere con cabeza. El resultado es un poco espeso. Sin embargo, la novela se sostiene por sus cualidades estilísticas, en ocasiones deslumbrantes.
Crematorio tiene un título obviamente simbólico: vanidad de vanidades, todo es vanidad. Todo en este mundo es perecedero y ni siquiera la literatura puede ayudarnos demasiado. En una afortunada comparación, alguna vez se ha asimilado la novela de Chirbes a la pintura de Francis Bacon. Ambos artistas exhiben su desgarradora visión de la condición humana: el erotismo exasperado, el nihilismo ante los valores de la cultura, el pánico ante el vacío de la muerte sin fe. Chirbes arrastra en su caída todo lo que se presenta a su paso, incapaz de trascender nada. De ahí que su crítica sea tan lúcida, a veces, y tan limitada, otras.