EUNSA. Pamplona (2003). 345 págs. 20 €.
El libro de Luis Suárez, Cristianismo y europeidad, aporta la perspectiva de un historiador. Suárez reflexiona sobre el pasado, en especial el de la Iglesia en los últimos dos siglos, para abrir horizontes hacia el futuro en un tercer milenio de particularidades muy diferentes a las de la época medieval, cuando Cristiandad y Europa eran términos equivalentes.
Lo que hay que tener en cuenta en esta nueva época no son tanto las estructuras externas del orden político-social, que pueden ser cambiantes, sino los valores que tienen su origen en el cristianismo: la libertad considerada como un don de Dios, la igualdad derivada de la condición de hijos de Dios, la dignidad de la mujer que tiene en María un referente excepcional… Con todo, los tiempos medievales nos muestran que Europa no hubiera llegado a la plenitud de sus posibilidades sin la aportación cristiana. Platón, Cicerón o Séneca no explican por sí solos la cultura europea, pues hay otro factor determinante: el de una religión venida de Oriente a Occidente, cuyo mensaje trasciende – y completa a la vez- el legado de Jerusalén, Atenas y Roma. Por eso se puede afirmar que los fundadores de Europa, los que injertaron las raíces cristianas en el continente, fueron los santos de los primeros siglos medievales: Benito, Gregorio, Isidoro, Bonifacio…
Súarez no se queda, sin embargo, en la contemplación de esos tiempos primigenios sino que hace teoría de la Historia para ahondar en las causas de los males actuales de Europa. Una fecha clave, sin duda, es la paz de Westfalia (1648), un tratado que no sólo consagra un equilibrio de poder entre las potencias europeas sino que hace de la religión una iniciativa controlada por los poderes públicos. Seguirá luego el siglo XVIII, con las candorosas esperanzas de Condorcet, apóstol del progreso que pensaba que los hombres serían cada vez más sabios, más ricos y más felices. Más tarde llegará Comte que reclamaba el poder para los científicos, y creía que no habría guerras en el siglo XX. Pero sucedieron, tras ser precedidas por el racismo, las dialécticas del odio o ese determinismo que hablaba de la vida y muerte de las culturas. Todos estos hechos han ido en detrimento de la dignidad de la persona humana, un valor de la europeidad con indiscutibles raíces cristianas.
Antonio R. Rubio