Alba. Barcelona (2006). 393 págs. 27 €. Traducción: Miguel Temprano García.
Salvo las novelas y relatos cortos incluidos en «The Piazza Tales», «como el conocidísimo Bartleby el escribiente, que por no tener propiamente el carácter de cuentos no han sido recogidos aquí», estos son los «Cuentos completos» de Herman Melville. Los ha traducido Miguel Temprano con una perfección y pulcritud sobresalientes. Notas adecuadas explican al lector los datos -históricos o locales del texto de Melville- que pudieran serle desconocidos.
Como estos «Cuentos completos» han sido ordenados por fecha de publicación -salvo alguna excepción-, esa cronología marca también, en poco más o menos, la de la escritura. Se advierte así la distinta actitud del escritor Melville, de su propia peripecia vital, principalmente acorde con el éxito de crítica y de venta al público de sus novelas, o, al contrario, acorde con el casi repentino disfavor del público y la falta de comprensión literaria o creativa de la crítica al uso.
En 1839 -y es el primer cuento recogido- publica el desenfadado relato «Fragmentos desde un escritorio», en forma de díptico, con seudónimo. Tiene 20 años y, por tanto, ese desenfado, un poco bravucón y un poco enfático, deja ver sin embargo las cualidades del autor, pero también su deuda a la época literaria, quizá sobre todo en el romántico final. Sólo ocho años después, 1847, cuando ya se ha iniciado su éxito de público y crítica con la novela de aventuras «Taipí», del año anterior, publica las «Anécdotas auténticas del Viejo Zack». Vibrante relato también, y desenfadado, en un tono se diría muy masculino, como quien quiere acordar con el escenario de guerra. Estructura original, rota, troceada de mil modos, en la que se mezcla y confunde ficción y fantasía con realidad o experiencia históricas. Una constante en todas sus novelas de éxito de esta su década de los cuarenta.
Pero hasta 1853, cuando ya ha pasado su éxito de novelista de aventuras, cuando ya ha probado el fracaso y rechazo de sus obras mejores de más empeño -«Moby Dick», «Pierre o las ambigüedades», «Israel Potter»-, se reanuda la serie de cuentos (los editores ya no quieren saber nada de sus novelas). Su atención a los sucesos y cosas cotidianas no sólo es llamativa, sino que supone un giro grande en su enfoque creativo. Pero más significativo, porque ahonda pasionalmente, y muy bien, en su nueva situación de escritor marginado, es «El fracaso feliz», o «El violinista», que aborda el mismo asunto. Desarrolla también, y en estos mismos años cincuenta, la crítica, social, de derechos humanos, religiosa, comercial…
No quiero cotejar aquí los sucesos familiares -no pocos y no poco graves- al par de sus relatos. Se considera anciano en dos de sus cuentos más de ambiente hogareño: «La Chimenea» y «Mesa de manzano» (ambos de1856). Escribe con suficiencia, en el buen sentido de la palabra, como quien hace sólo literatura, sin mirar a los editores. Y aunque sea una conquista psicológica, a mi juicio se excede en largura y parsimonia, pierde tensión al ser tan premioso; además los finales son decepcionantes. No me olvido de «La veranda», uno de los más líricos y hermosos, por no decir filosófico, mejor, poético. Da título al libro de cuentos «The Piazza Tales» (1856).
Pero sí, para que el fracaso sea feliz debe serlo hasta el fondo, si se asume con la serena alegría que Herman Melville lo asumió, pues en 1888 (69 años) se tiene que publicar a sí mismo: una colección de poemas, que son en su hacer usual, y por decirlo así, entradilla a un cuento: en este caso al de «John Marr», un sugestivo y ensoñado cuento de un marino conocido y recordado.
Pedro Antonio Urbina
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