Anaya. Madrid (1999). 158 págs. 1.635 ptas.
Son muchas las novelas sobre adolescentes a los que orientan amigos sensatos en sus conflictos familiares. Son también abundantes las que intentan mostrar el poder transformador de los libros. Pero esto puede hacerse con un enfoque singular, como el de Días de Reyes Magos, premio Lazarillo de literatura infantil y juvenil, un relato con multitud de referencias literarias implícitas y numerosas alusiones a la Biblia y al Quijote, del que se ofrece un resumen en octosílabos.
El protagonista-narrador rememora veinte años después el origen de una rebeldía que marcó su adolescencia. Con 16 años cumplidos decide marcharse de casa, pero su listísima compañera Cali le convence de que no lo haga. Quien sí desaparece es su caótico padre, y el protagonista abandona el colegio.
Convertido en lector de un ciego que canta romances en el Metro, encuentra en él un inesperado maestro cuyos comentarios «solían tener un denominador común: el tan traído y llevado carpe diem». Al final, en boca de su madre, figura la otra lección básica: «Todos tenemos que aprender alguna vez que en este mundo casi nada es lo que parece. Lo que pasa es que algunos aprendemos demasiado tarde». Son mensajes iguales a los de la repetidamente citada película El Club de los Poetas Muertos, incluido el suicidio como salida digna o, como si dijéramos, hay luz al final del túnel y es un lanzallamas. ¿Tanto echar mano de la literatura para eso?
A pesar de estas salvedades, y aunque la trama y la caracterización de los personajes sean un cañamazo poco consistente, Días de Reyes Magos será de interés para el lector experto, que disfrutará de un una novela brillante que contiene valiosas sugerencias y juicios literarios certeros.
Luis Daniel González