En esa educación de fondo, que tanto falta hoy, una de las bases esenciales es lo clásico griego. Empezando, como es ley, por Homero, por la Ilíada. Después, Odisea. Para que se vea que no es una exageración atribuir tanta importancia a Homero, resulta oportuno leer este breve libro de Rachel Bespaloff (1895-1949), ucraniana de origen judío. De la Ilíada cuenta con un posfacio de Herman Broch, el gran autor de La muerte de Virgilio.
De la mano de Bespaloff conocemos a fondo a los protagonistas de la epopeya: el humano y trágico Héctor; el impetuoso e inquieto Aquiles; a Helena, amargada por su propia belleza; a Tetis, madre de Aquiles, humana y más que humana; el papel de los dioses griegos en los destinos humanos… Apolo, que es amigo de Héctor. Atenea, que pone todas sus buenas y malas artes a favor de los griegos. Zeus que deja hacer y se divierte contemplando la guerra y las matanzas.
Un leit motiv atraviesa todo el libro: la relación, en cuestiones de fondo, entre el mundo de Homero y el mundo bíblico, con acertadas intuiciones como la de que la condición trágica de los héroes homéricos es una versión griega del pecado original. Este punto, esencial en esta pequeña obra, es una de las grandes verdades de la cultura humana. Así termina Bespaloff el ensayo: “Hay y habrá habido una determinada manera de decir lo verdadero, de proclamar lo justo, de buscar a Dios y de honrar al hombre. Que nos fue enseñado al comienzo y que no deja de sernos enseñado de nuevo por la Biblia y por Homero”.
En el posfacio de Broch, hay mucho interesante, sobre todo el tratamiento del mito, de su valor, de su función originaria, hasta el punto de afirmar que “la civilización de una época es su mito en acción”.
Es un escenario donde domina la literatura insustancial es un premio encontrarse con estas obras breves, lúcidas y básicas. Como escribe la autora: “Más que una conquista, el sentido de lo verdadero es un don”.