En octubre de 1949 la primera experiencia como cronista de García Márquez fue echar un vistazo a las criptas funerarias del convento de Santa Clara que se estaban vaciando. Allí, al abrir la lápida de Sierva María de Todos los Ángeles, descubrieron los restos de una muchacha cuyos cabellos continuaron creciendo durante doscientos años. Una cabellera de 22 metros.
«La abuela me contaba cuando yo era niño la leyenda de una marquesa de doce años, sepultada con la cabeza rapada por las novicias, muerta de rabia, después de la mordedura de un perro, y venerada por la gente del Caribe porque hizo muchos milagros. La idea de que esa tumba pudiera ser la suya fue la noticia de aquel día y el origen de este libro». Quizá por nacer de un hecho real, sin caer en el tópico «realismo mágico», la novela refleja el tono más peculiar de su autor: exuberante, hiperbólico y sensual.
Del amor y otros demonios es la historia, hiperbólica, de la pasión desesperada de un clérigo de 36 años, Cayetano Delaura, por Sierva María, niña de 12, destinada por su padre a morir en el encierro de un convento de clarisas a causa de la rabia que le transmitió un perro. La elección de estos ingredientes narrativos no es gratuita ni inocente; hay un claro componente crítico, sobre todo a la hora de juzgar las actitudes de la Iglesia católica.
Esta novela es también la historia, en una parcela del Nuevo Mundo a finales del siglo XVIII, de una serie de personajes que se agrupan en dos núcleos, simplificados tópicamente: los representantes de la Iglesia y el Santo Oficio que consideran a la muchacha una endemoniada, y los que viven al margen de la fe por diversos motivos (esclavos negros, el padre de la muchacha, etc.) que sólo la tienen por una enferma. En el centro, quedan otros que -dentro y fuera de la Iglesia- quieren representar, el punto medio de esas situaciones. Por encima de este conflicto sobresale para García Márquez el tema del amor, que ejerce su poder como una fuerza avasalladora y destructiva y que se manifiesta en el rendido homenaje a los versos de Garcilaso de la Vega, aunque no acaban de encajar los ideales románticos con las escenas truculentas.
A pesar de contar, una vez más, con un estilo colorista y eficaz, el peso de un argumento desquiciado ahoga los nobles sentimientos. El amor, marcado por la exageración pasional, se sustituye por neurosis violentas. Y la religiosidad, como es habitual en García Márquez, aparece como una histérica enfermedad.