La concesión del Premio Nobel a Jean-Marie-Gustave Le Clézio (Niza, 1940) ha llevado todas sus novelas a los escaparates. Alguna, como El atestado, su ópera prima, llevaba años bien editada por Cátedra. Otras han sido desempolvadas por editoriales como Tusquets, caso de este Desierto, aparecido originalmente en 1980.
Desierto es, como otras novelas del autor, producto de su interés por las culturas alejadas de la civilización europea. Con el Sahara como escenario principal, narra alternativamente dos historias, diferenciadas en la tipografía y distanciadas en el tiempo, pero con la evidente intención de establecer un nexo temático. La primera está contada a través de los ojos del joven Nur y su protagonista es el jeque Ma el-Ainin, líder carismático de las tribus del desierto, que viven un dramático éxodo en su afán de resistir al avance francés entre 1909 y 1912. La segunda, ya más cercana a nuestro tiempo, nos presenta a la adolescente Lalla, nacida libre en la costa norteafricana y cuyo mayor deleite está en la naturaleza, la compañía del pastor Hartani y las historias del pescador Namán. Lalla, huérfana, habrá de emigrar a Europa, con el lastre añadido de un embarazo, cuando su tía pretenda casarla con un desconocido. El contraste entre los bajos fondos de Marsella y su mundo nativo es brutal y la joven se hallará extraña incluso cuando un fotógrafo la catapulte repentinamente a la fama gracias a su belleza exótica.
Tan trillado asunto cobra originalidad gracias al toque Le Clézio. La sensualidad de su escritura, puesta de relieve por la Academia Sueca (y sin dar aquí al término ninguna connotación erótica), queda de manifiesto en este moroso relato, sobre todo en la parte titulada “La dicha”, donde Lalla goza sin tasa del aire, el suelo y los olores del mundo que le ha sido dado habitar, y donde Nur despierta a su propia “pasión de la tierra” en medio de circunstancias adversas. La mano del europeo irrumpe perturbadora en la siguiente sección, “La vida entre los esclavos”: la sensibilidad de Lalla acusa ahora la zarpa de la civilización de modo igualmente intenso.
Hay maniqueísmo, como se ve, en Le Clézio, pues el mal parece ausente del ámbito virgen del desierto, mientras que habita como en su elemento al otro lado del mar. Salvando el detalle cultural del matrimonio impuesto, los moradores del África septentrional parecen vivir en una pureza edénica y en perfecta comunión con su hábitat, mientras que la civilización es la amenaza por excelencia, más terrible que el mar o el viento desatados. De hecho, no hay caracteres propiamente dichos, sino que los protagonistas vienen a ser realmente las sensaciones experimentadas por las dos criaturas que aparecen en primer plano de este exuberante documental, de indudable belleza pero de interés limitado.