Muchnik. Barcelona (2000). 154 págs. 1.800 ptas. Traducción: Belén Marín.
La vida de la escritora rusa Lidiya Ginzburg (1902-1990), como la de toda su generación, ha estado marcada por la amenaza continua: su infancia coincidió con la primera revolución rusa de 1905 y la primera guerra mundial; su juventud, con la revolución bolchevique; y sus años de madurez fueron aplastados por el riesgo de detención, el campo de concentración o el pelotón de fusilamiento. Así, buena parte de la obra de Lidiya Ginzburg se nutre de estos amargos acontecimientos.
Diario del sitio de Leningrado, primera obra de esta autora traducida al castellano, recoge su sangrante experiencia como superviviente del cerco de Leningrado durante la segunda guerra mundial. El relato ofrece un testimonio personal acerca de las angustias y las calamidades cotidianas de los sitiados.
En su afán por contar «cómo transcurría la vida cotidiana de una persona concreta bajo estado de sitio», Ginzburg crea el personaje de N, representativo de cualquier persona sometida a una absoluta falta de libertad de espíritu y atada firmemente a las cosas materiales que en otro tiempo se encontraban en el escalón más bajo de la jerarquía de valores. Así, N, desde su trabajo como redactor en un periódico, experimenta el cerco y la tiranía de una hambruna que hace que el día gire en torno a un punto central: la comida. Largas páginas dedica Lidiya Ginzburg a hablar del ritual que acompañaba al racionamiento de la comida, las interminable colas para conseguir un poco de kasha, el agotamiento físico a que somete la crueldad de un frío inhumano y el miedo a amanecer habiendo perdido a los seres más queridos.
El diario de Lidiya Ginzburg es un relato desnudo, de gran sobriedad, traspasado de nervio, vivo, testimonial. Su narración, descarnada y cruda, sirve al mismo tiempo de caude a interesantes reflexiones acerca del sentido del sufrimiento, el interés por proteger la dignidad del hombre en circunstancias adversas, el sentido del sacrificio individual en provecho del beneficio colectivo.
Begoña Lozano