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Dignidad

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2019)

Nº PÁGINAS216 págs.

PRECIO PAPEL18 €

PRECIO DIGITAL11,99 €

GÉNERO

Javier Gomá ha desplegado una filosofía propia y original a través de la idea central de la ejemplaridad, a la que ha dedicado una tetralogía (2003-2013) donde ofrece una propuesta de perfección humana, planteándola como un programa de reforma de la vulgaridad.

Con este mismo objetivo intelectual, ahora entrega una nueva tesela para seguir mostrando el mismo mosaico de la ejemplaridad, pero con un nuevo brillo: la dignidad. Porque en la paleta filosófica de este intelectual, ejemplaridad y dignidad lucen como colores complementarios, como dinamismos que se potencian. Así, con la ejemplaridad se acentuarían las dimensiones atractivas y brillantes, aquellas que poseen la capacidad de movilizar los recursos intelectuales, artísticos y morales de las personas para reformar y mejorar la polis en la que conviven. Con la dignidad, en cambio, destacarían los aspectos de resistencia para oponerse a la ley del más fuerte, al éxito a toda costa o al utilitarismo que degrada la vida familiar, profesional, cultural y social.

En los capítulos iniciales estudia el concepto dignidad a lo largo de la historia del pensamiento. La exposición finaliza con un ensayo sobre el arte de vivir una existencia digna, con el objetivo de hacer de la muerte −en el lenguaje que gusta al autor− una “clamorosa injusticia” porque se ha recorrido una existencia ejemplar.

En la segunda parte del libro, Gomá trata de mostrar cómo la dignidad puede y debe influir en la cultura contemporánea. Para ello, realiza un estudio de unas cincuenta páginas sobre la obra de fray Luis de León. Quiere ofrecer una poética acorde con una filosofía de la dignidad, un arte que entremezcle lo ejemplar con lo digno. Sin embargo, se demora en exceso en su exposición sobre el estilo elevado, y tal vez consigue que el lector pierda pie y desconecte del núcleo conductor de la obra. Ahora bien, su conclusión resulta gratificante, pues apunta la conexión que existe entre un impulso de naturaleza moral hacia lo excelso y el uso del estilo elevado.

Por último, afronta la aplicación de la dignidad en la esfera pública. Y aquí se postula el ideal ciudadano aristotélico, el de una “república de la amistad”. En un capítulo muy sugerente, Gomá despliega algunas de sus ideas en torno a ese ser libres juntos sobre el que tantas veces ha reflexionado en obras anteriores. También se explaya sobre ideas muy trabajadas en su universo intelectual, como la necesidad de urbanizar el corazón o la importancia de encontrar algunos límites a la libertad individual (esta es la tarea moral pendiente para el nuevo impulso civilizatorio que saque a la sociedad del frenazo ético debido a la ausencia de ideales).

En muchos momentos de la lectura de Dignidad se respira a contracorriente de las modas intelectuales, saturadas de tópicos. Por ejemplo, cuando se especifica que su sentido fundamental es el de “dignidad individual y personal”. Con esta aclaración, el pensador español se desmarca de quienes intentan igualarla a la dignidad de animales o pueblos, por miedo a ser tildados de poseer “una visión excesivamente antropocéntrica”.

Por otro lado, ofrece un diagnóstico valiente del estado actual de la cultura: “En esta guerra antes mencionada, la victoria de la miseria es arrolladora, apabullante, asistida por el prestigio intelectual de la tristeza, para muchos un sentimiento distinguido y sofisticado, pero, bien mirado, el más masivo y vulgar de los sentimientos, al alcance de cualquiera”. ¿No resulta coincidente con la necesidad de esa “espiritualidad positiva” que con tanta energía intelectual han propugnado también otros prestigiosos autores como Christian Bobin o Adam Zagajewski?

Javier Gomá escribe para provocar una revolución moral permanente, contra el escándalo ante la indignidad y para suscitar la reflexión ante lo absurdo de una cultura mayoritaria que favorece “una vida más bien miserable y entristecida”. Pero lo hace con un punto de originalidad: abandona el mundo abstracto e ininteligible de muchos filósofos, y habla un lenguaje existencial que ayuda a la gente corriente a llevar una vida mejor. Y, para ello, desciende al idioma llano, pero sin despreciar ni la altura intelectual ni el estilo elevado.

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