Es un excelente homenaje al poeta zamorano recientemente fallecido (1934-1999) esta edición facsímil de su primer poemario, con el que Claudio Rodríguez obtuvo el premio Adonais en 1953, es decir, a los diecinueve años, y que puede considerarse como uno de los libros destacables de la poesía castellana de la segunda mitad del siglo XX, que chocó con el tono de la poesía entonces imperante.
Don de la ebriedad es un original canto a la vida y a su complejidad, a partir de la contemplación de la tierra castellana del poeta. Pero no se trata de una poesía folclórica ni localista, sino de un punto de partida para expresar una cosmovisión del hombre y de su existencia, con imágenes novedosas, vivas, recias, que dan cuenta de la verdad escondida «que nunca ve en las cosas / la triste realidad de su apariencia». Hay un trasfondo idealista y la influencia sobre todo de la tradición renacentista española (Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Santa Teresa) y de la poesía francesa (simbolismo, surrealismo), pero también de lo coloquial, de lo cotidiano -«el aire de hoy tiene su cántico»-, porque Claudio Rodríguez no se evade de la realidad, sino que pone al lector en comunión intensa con ella y actúa como arcaduz del don que el poeta ha recibido: «Siempre la claridad viene del cielo».
En su primer poemario, Claudio Rodríguez muestra un asombro juvenil que en libros posteriores decrecerá ante la presencia del mal y de los lances oscuros de la existencia humana. En Don de la ebriedad predominan los endecasílabos, que dan a los poemas un ritmo denso y elevado, como corresponde a la cosmovisión que el poeta canta, y una gran precisión semántica, que huye de palabras superfluas y se enriquece con la variedad, complejidad e intensidad de sus imágenes y metáforas. Un gran acierto esta edición de un libro que puede considerarse ya como un clásico.