Alejandro Rossi (Florencia, 1932) es bien conocido en México, su país de adopción, por su trayectoria filosófica y por haber sido estrecho colaborador de Octavio Paz en sus empresas culturales. Su obra literaria, no demasiado extensa, parece inclinarse por el ensayo, aunque también ha realizado incursiones en la narrativa breve.
Galardonada con el prestigioso premio Villaurrutia en 2006, ésta es, presuntamente, su primera novela publicada. Y subrayo la presunción, porque Edén se subtitula “Vida imaginada”, lo que hace pensar desde el principio que se trata de una autobiografía novelada o de una novela autobiográfica, con más o menos adornos inventados.
De entrada, su protagonista es un niño llamado Alex, o Alessandro, nacido en Florencia y criado en una familia procedente de la alta burguesía italiana de los años treinta. Al iniciarse la segunda guerra mundial, los Rossi se establecen en Hispanoamérica, primero en Venezuela, de donde procede la madre, y luego en el Río de la Plata. Llevan una vida itinerante, pero no menos desahogada que cuando estaban en Italia. Al llegar al hotel Edén, en la sierra argentina de Córdoba, Alex es ya un adolescente y recibe las primeras experiencias que lo llevarán a la madurez. Así de sencillo es el asunto de este libro escrito con inteligencia, elegancia y sensualidad.
Las peripecias, casi todas insignificantes, acaban por retratar la infancia y adolescencia de un intelectual, en un modo arquetípico del siglo XX: las primeras lecturas, los juegos, el contraste con la visión de los adultos, las alusiones políticas, la inevitable iniciación erótica, el primer amor, etc. En general, el tono es bastante imparcial (por ejemplo, cuando los niños se manifiestan ingenuamente seguidores de Mussolini) y Rossi deja hablar a sus personajes. Sólo en alguna ocasión, el relato se permite un exabrupto de dudoso gusto, como si tanta contención no pudiera aguantarse por más tiempo. El final, de lo mejor del libro, es poético y emotivo en su evocación del descubrimiento del amor.
Rememorar la propia vida puede ser un ejercicio apasionante para quien lo escribe, pero no tanto para quien lo lee. En general, la biografía de cualquier persona está repleta de trivialidades sólo entrañables para quien las ha sentido en su propia carne. La del protagonista de Edén no es una excepción. El reto es muy difícil y Rossi no es Proust. A veces las divagaciones y los enlaces entre un recuerdo y otro pueden resultar un poco aburridos, porque no parecen conducir a nada especialmente revelador. Además, la falta de un orden cronológico claro de los recuerdos puede distraer al principio y ese despiste dura demasiado tiempo. La levedad, el tono menor y la confusión temporal son opciones deliberadas por parte del autor, pero tienen sus peligros.
Sin embargo, hecha esta salvedad, el libro se sostiene por la prosa del narrador y, sobre todo, por la sensación de vida que transmiten los diálogos del niño Alex con los adultos. Es magnífica, por ejemplo, la galería de personajes secundarios que van entrando y desapareciendo por la vida del protagonista: republicanos exiliados en Venezuela, muchachitos esnob en Argentina, profesoras fascistas de la Italia mussoliniana, caballeros españoles de ideas conservadoras o intelectuales librepensadores que tienen miedo a decir que creen en Dios. De todo hay en este libro que refleja, con finura y gran sentido de la observación, un mundo social ya desaparecido.