Palabra. Madrid (1994). 388 págs. 2.400 ptas.
Eduardo Ortiz de Landázuri (1910-1985), una de las figuras insignes de la Medicina española de este siglo, tuvo un fracaso providencial. Tras un intento fallido de ingresar en la Marina, echó a suertes los posibles estudios y salió Medicina. «Y me gustó -confesaba-, porque todo lo que se estudia gusta, y más cuanto más lo estudias». Una experiencia que puede relativizar la frustración de los jóvenes que no siempre consiguen cursar los estudios deseados. Y si se tiene el temple humano y el amor al trabajo de Ortiz de Landázuri es posible alcanzar una vida plenamente lograda.
Esta plenitud se advierte en esta biografía, que retrata sus distintas facetas de médico, universitario, padre de familia y amigo leal. Formado junto al profesor Jiménez Díaz, a quien siempre trataría como a su maestro, Ortiz de Landázuri se labró un sólido prestigio profesional por su ciencia, su experiencia clínica y su atención a los enfermos. Su carrera como médico y profesor universitario había alcanzado una posición envidiable en Granada, cuando en 1958 decide dar un salto en el vacío para impulsar la naciente Universidad de Navarra. Allí su trabajo sería decisivo para el desarrollo de la Facultad de Medicina y la Clínica Universitaria, que con el tiempo gozarían de un notable prestigio.
Pero sus armas no fueron sólo la ciencia y el trabajo. «Todo lo que he hecho en mi vida, en todos los terrenos, lo he hecho a base de cariño», decía. Y, ciertamente, fue su capacidad de amistad la que dejó más huella en sus colegas y en sus enfermos. La biografía recoge muy bien la inagotable cordialidad del personaje, con testimonios de primera mano y sucedidos iluminadores. Su vida aparece también como un proyecto compartido con su mujer, si bien los biógrafos conceden menos atención a su faceta de padre. Y, empapándolo todo, una fe honda que, en cuanto miembro del Opus Dei, le llevaba a no separar el trabajo y la vida de oración.
El ejercicio de la Medicina cambia con el tiempo. Lo permanente, como se advierte en esta biografía, es el ejemplo atractivo del médico que se da él mismo al enfermo.
Ignacio Aréchaga