La llamada brecha digital, lejos de ser una barrera infranqueable entre generaciones (entre nativos e inmigrante digitales), se presenta como una oportunidad histórica para repensar la tarea de educar. Es lo que Agustín Domingo Moratalla, profesor de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia, se propone en Educación y redes sociales, y lo consigue, pues hace pensar al lector, esgrimiendo datos y jugosos argumentos, sobre el presente y el futuro de la educación.
El desafío educativo que presentan las redes sociales reclama una reconstrucción antropológica de la educación juvenil en clave de interioridad apasionada y esperanza, así como la reivindicación del valor educativo del silencio. Respecto a la intrusión de las nuevas tecnologías, Domingo Moratalla distingue tres estilos educativos. En primer lugar, está el estilo apocalíptico de quienes se lamentan de la nueva situación, cuya solución pasa por volver a una cultura del trabajo, el esfuerzo y la disciplina.
En segundo lugar, el estilo integrado moderno plantea la cultura del trabajo, el esfuerzo y la disciplina de una forma nueva: las tecnologías nos liberan de pesos, lastres y límites que teníamos antes; así, por ejemplo, la cultura no está almacenada, sino disponible. En tercer lugar, el estilo integrado radical entiende la labor de los educadores como educación para el consumo, y la cultura como una extensa red de diferentes sensibilidades. Tanto los apocalípticos como los integrados resultan simplificadores: los unos se dejan llevar por el pesimismo y los otros por cierta ingenuidad, ya que consideran que las redes sociales son un problema educativo más entre otros muchos, no un problema específico y singular que requiere un enfoque conjunto entre familia, colegio y sociedad.
Las redes sociales están generando un nuevo concepto de tiempo libre entre los jóvenes, que, por ser un tiempo educativamente indeterminado, exige un magisterio diferente al de la familia y la escuela, lo que se conoce como la figura del tercer maestro. Además, las redes sociales están originando una nueva ciudadanía: la ciudadanía digital, y están reclamando una nueva reflexión ética: la Infoética, que sería a las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) lo que la Bioética es a la biología.
En la última parte del libro, el autor reflexiona sobre la autoridad en la educación, un concepto puesto en entredicho en los últimos tiempos. Siguiendo a Hannah Arendt, distingue tres caminos para refigurar la autoridad: el camino de la fuerza (autoridad posicional), el camino de la persuasión argumental y lo que Domingo Moratalla llama liderazgo. La autoridad como liderazgo convierte al profesor en autoritativo, es decir, en alguien que ejerce un liderazgo moral (con ternura y rigor), que promueve la confianza de los alumnos en sí mismos y genera en el grupo un clima de reconocimiento y responsabilidad compartida.
Tiene autoridad aquel profesor que plantea su práctica educativa no en términos de función docente, sino en términos de vocación. Recuperar la vocación docente es la clave para restablecer la autoridad, porque la crisis por la que está pasando la autoridad no es una crisis de herramientas, técnicas o recursos, sino una crisis de sentido.
Por el carácter ensayístico del libro, se echa en falta una bibliografía final que recoja las abundantes referencias bibliográficas.