Paidós. Barcelona (2000). 256 págs. 2.200 ptas.
El paso de una cultura de la letra impresa a una cultura de la imagen suele considerarse negativo en el ámbito de la educación. Que los alumnos de hoy son más permeables a la imagen que a la letra impresa resulta evidente. Este libro plantea cómo convertir en oportunidad educativa lo que habitualmente se tiene por obstáculo.
El punto de partida es que el cambio que estamos experimentando supone una auténtica revolución solo comparable a la aparición de la imprenta: hemos cambiado de era y la escuela debe adaptarse a los nuevos sistemas. Educar es, según la metáfora del autor, como navegar a vela: el navegante no puede cambiar la dirección del viento, pero sí utilizarla con acierto para avanzar. En definitiva, la misión del profesor es unir el saber con los intereses de los alumnos.
Este libro supera así los planteamientos maniqueos al uso (por ejemplo, la defensa acérrima de la lectura frente a la televisión y la demonización de esta última) y ahonda en el lenguaje audiovisual más allá de su uso puramente instrumental: «No se trata de aprovechar su capacidad de impacto para luego perpetuar el discurso verbal de siempre, sino de traducir los contenidos a una nueva forma de comunicación». Ferrés llega a afirmar que «la civilización democrática se salvará no recurriendo a las alternativas a la imagen (la palabra, la lectura), sino utilizando la imagen de manera inteligente». Sostiene el autor que mientras hay actividades intelectuales, como analizar o abstraer, que requieren el uso de la palabra, otras, como motivar, se alcanzan mejor con la imagen. La habilidad del maestro está en utilizar el tipo de lenguaje más idóneo en cada situación. Analiza algunos recursos ricos, como la metáfora, que participa de ambas cualidades, y concluye en una síntesis enriquecedora que supere una mera mezcla de recursos.
Algunos capítulos del libro, como los referidos a la crisis y al placer, son secundarios, y podían haberse obviado o acortado. El autor se debate entre afirmaciones radicales y otras más conciliadoras. Al final no queda claro si la actitud del profesor debe ser traducir un idioma desconocido a nuestros alumnos, la letra impresa, a un idioma nuevo, la imagen, o bien adecuar los medios oportunos a cada tipo de conocimiento, logrando la mayor riqueza de cauces posibles. En esta línea cabe preguntarse si lo que Ferrés ha transmitido mediante un libro, con riqueza argumental y de citas, lo hubiera podido transmitir con un audiovisual.
José Manuel Mañú Noain