El prestigioso periodista norteamericano Walter Isaacson nos ofrece un excelente relato de la vida de Albert Einstein donde se combina de forma poco habitual el rigor del estudioso con la amenidad del columnista. Para describir la obra científica se hace asesorar por algunos de los mejores físicos. El resultado es un retrato creíble, y a la vez profundo, del científico más famoso de la historia. Todos los aspectos importantes de su vida son tratados a fondo: ciencia, pensamiento, política y familia.
Einstein estudió Física en el prestigioso Politécnico de Zurich. Debido a su excesiva independencia, se graduó con un expediente mediocre que le cerró las puertas de todos los departamentos europeos donde solicitó ser admitido para el doctorado. Resignado a no poder seguir una carrera académica convencional, aceptó un puesto técnico en la oficina de patentes de Berna. Con su poderosa inteligencia tenía mucho tiempo libre para pensar sobre los problemas de física. Como resultado, publicó varios artículos acerca del efecto fotoeléctrico, el movimiento browniano y la relatividad especial, incluyendo la famosa relación entre masa y energía.
No sin dificultades, estos trabajos geniales le abrieron las puertas del mundo académico y en los años posteriores, ya en un contexto universitario, Einstein desarrolló la teoría de la relatividad general, que describe el espacio-tiempo en presencia de gravedad.
No todo fueron aciertos en la vida científica de Einstein. El joven revolucionario que socava la visión clásica del espacio-tiempo y que, con su trabajo sobre el efecto fotoeléctrico, proporciona el primer apoyo importante a la incipiente teoría cuántica de Max Planck, se convierte unas décadas después en un decidido detractor de la moderna física cuántica, especialmente de la interpretación probabilística que terminaría prevaleciendo.
Isaacson describe a fondo la evolución del pensamiento filosófico, religioso y político de Einstein. Del positivismo de su juventud, Einstein evoluciona hacia un realismo que tanto él como el biógrafo parecen identificar con determinismo, sin que haya una razón para ello. Los padres de Einstein eran judíos secularizados. Durante su etapa universitaria se limitó a mantener una religiosidad natural que afloraría con fuerza en su madurez. Entonces no tendría reparo en describirse como una persona muy religiosa, creyente en un Dios creador de un universo ordenado e inteligible. Admirador de Spinoza, se resistiría a aceptar el Dios personal de la tradición judeocristiana, aunque se declaraba admirador de Jesús.
Inicialmente indiferente, al igual que sus padres, a su condición de judío, el sentimiento sionista de Einstein fue creciendo a medida que el antisemitismo cobraba fuerza en Alemania, convirtiéndole en gran valedor del sionismo moderado. Pacifista radical durante su juventud, rectificó su postura cuando percibió el peligro que el gobierno nazi representaba para el mundo. Especialmente interesante es el relato de sus esfuerzos por acceder al presidente Roosevelt y recomendarle que se iniciara el desarrollo de la bomba atómica.
Tras el Einstein genial y célebre, había un ser humano que Isaacson describe con esmero. Durante su etapa de estudiante en Zurich, conoció a Mileva Maric, compañera serbia con la que se casaría y con la que tendría dos hijos. Cuando llegó el divorcio, trató de ser generoso con ella, cumpliendo su promesa de darle la integridad del premio Nobel. En conjunto, fue un padre despegado que veía a sus hijos ocasionalmente, aunque podía ser muy cariñoso en las cartas y durante los breves períodos de convivencia. Especialmente triste es la historia de su segundo hijo, Eduard, internado por problemas mentales, a quien Einstein no vio durante las últimas décadas de su vida, pero del que se preocupó a distancia.
Isaacson nos presenta un Einstein humano, con sus luces y sus sombras, evitando un estilo complaciente o destructivo. La narración es amena y, con tan sólo dos ecuaciones, fácil de leer para el profano.