Eduardo Mendoza ha ocupado con cierta continuidad los primeros puestos en las listas de best-sellers, independientemente de la variada calidad de su producción literaria. Ahora que el panorama literario parece apuntar hacia una narrativa de mayor densidad, Eduardo Mendoza confirma con El año del diluvio una cierta tendencia a producir literatura light.
Mendoza toma un esquema argumental clásico -el del amor mundano de un religioso/a o de un sacerdote- con el que tiempo atrás cosecharon éxitos Galdós con Tormento y Clarín con La Regenta. Pero el protagonista de la novela participa también de los caracteres del tópico burlador de mujeres que en su tiempo vivificara Tirso.
La acción se sitúa en la Cataluña de los años cincuenta; en el pueblecito de Bassora la superiora de un convento decide la remodelación del antiguo hospital para convertirlo en asilo. Para ello solicita ayuda a un adinerado terrateniente, del que acabará enamorándose. A partir de este planteamiento, Mendoza desarrolla levemente la acción, en la que llegan a cruzarse historias de bandoleros, al más puro estilo romántico.
El máximo logro de la novela es, sin duda, la extraordinaria capacidad de Mendoza para contar historias. Desde las primeras líneas logra captar la atención del lector gracias a su pródiga simpatía narrativa. El fuerte carácter irónico de la novela opera en dos sentidos: como forma de distanciamiento de los tópicos literarios que recoge y como medio de ejercer una crítica -también leve pero incisiva- de ciertos comportamientos religiosos y sociales. La novela se lee con interés; sin embargo, apenas parece un escueto guión, un esbozo de lo que podría haber sido si Mendoza hubiera aprovechado su buen hacer literario para elaborar una novela más completa.