El arte de mirar: la trascendencia de la belleza es fruto de la trayectoria profesional de Ricardo Piñero Moral como investigador y profesor de Estética, lo cual le permite relacionar las clásicas preguntas de la filosofía con pinturas canónicas de la historia del arte.
En esta peculiar visita guiada por su “pinacoteca” personal, Piñero toma como punto de partida la consideración de que la velocidad y lo efímero son las señas de nuestra civilización. En un mundo donde existe la obsolescencia programada, cabe preguntarse qué queda de eterno, pues –paradójicamente– pese a todo, continúa existiendo en el ser humano el anhelo de la eternidad.
Así, Piñero propone la belleza para dilucidar nuestra permanencia en el mundo. El ser humano es curioso; le encanta conocer y predecir el futuro, pero –subraya– hemos de ir siempre más allá de lo que vemos. La ciencia experimental mejora nuestras condiciones de vida y puede aportar una información muy valiosa sobre nuestros orígenes e identidad, pero se muestra incapaz de ofrecer una respuesta plena a la pregunta de quiénes somos y por qué existimos.
Precisamente para abordar esas cuestiones, el autor plantea un recorrido a través de La creación de Adán (Miguel Ángel), La extracción de la piedra de la Locura (El Bosco), La lechera (Vermeer), El Cristo crucificado (Velázquez) y El Sermón de la montaña y la curación del leproso (Cosimo Rosselli y colaboradores). En cada uno de los cinco capítulos, Piñero dialoga con una de esas pinturas, guiado por un tema principal que impregna cada obra: los orígenes del ser humano, la locura de creer en la existencia de Dios, la grandeza de la vida corriente; el mal y la oscuridad presentes en el mundo, y la aparente dicotomía entre la razón y la fe.
Con un tono ensayístico y muy personal, expone las ideas que cada pintura le suscita y relaciona continuamente lo ordinario con lo extraordinario. Porque lo característico de las obras de arte –señala– es su fecundidad, su capacidad para estar siempre abiertas a generar sensaciones, ideas y sentimientos, sea en el momento de su elaboración o ahora, en el siglo XXI. Por otra parte, también se pregunta cómo distinguir lo hermoso de lo que no lo es, pues la belleza no solamente existe en nuestra imaginación: está presente en la naturaleza, aunque debe ser aprehendida por un sujeto.
Piñero no limita sus reflexiones a un plano humano y antropológico, sino que da un salto para vincular la estética de estas pinturas con Dios. De principio a fin, subyace en sus páginas un trasfondo espiritual que liga las grandes preguntas acerca de cómo ser feliz y cómo vivir la vida con la relación del hombre con su creador. Conviene tener presente esta vertiente, pues puede haber pasajes en los cuales sobreabunde la disertación personal del autor, con lo que queda relegada a un segundo plano la propia voz de la obra artística.