Akal. Madrid (2002). 259 págs. 26,95 €. Traducción: Joaquín Chamorro Mielk.
Thomas Crow es director del Instituto de Investigación de la Fundación Paul Getty de Los Angeles, donde se encuentra el mayor fondo documental de historia del arte. En Europa es especialmente conocido, sin embargo, por su libro sobre el público y los pintores en el París del siglo XVIII.
En este nuevo libro recoge y actualiza una colección de ensayos que abordan combativamente la posición que cierta corriente crítica adoptó en los años finales del siglo pasado con respecto a la diferenciación entre alta y baja cultura, entre arte de elites y arte popular, incluyendo en éste el rock o las películas de acción. Tal corriente sostenía que existen razones para estudiar con las mismas herramientas y los mismos presupuestos teóricos tanto unas artes como otras, pero Crow añade que «en toda actividad simbólica y expresiva compleja, cualquiera que sea el lugar que ocupe en una cultura, prevalecen unas jerarquías de logros».
Se combina esta idea con la convicción, también predicada por aquellos críticos, de que existen motivos para analizar más imágenes que las propiamente artísticas y que hay que hacerlo con las herramientas conceptuales que ha desarrollado la historiografía artística. Se extiende así la historia del arte a la de las imágenes, con más razón en un mundo que las produce y procesa a un ritmo imposible.
Al hilo de este discurso, se constata el interés de los artistas por el arte que produjo el nacimiento de la modernidad, esto es, el de los impresionistas que reproducen la mirada del paseante ocioso, el de Baudelaire. Eso hace que el arte se refiera sólo a sí mismo, lo que es un arma de doble filo: si por una parte hay que conocer la historia del arte para entender el nuevo, por otra, todo está al alcance de quien sepa mirar y haya visto mucho sin haber leído. Como ejemplo extremo se presentan las obras de los artistas que imitan al detalle las de otros más famosos y que pasan inadvertidas hasta que se dice quién es el autor de la copia, consiguiendo así que sean nuevas y críticas.
Por la independencia de la teoría escrita y por la separación entre el arte alto y el bajo, aunque haya crítica alta y baja, obras de artistas aficionados que retratan a sus seres queridos con una ingenuidad tan grande como la técnica que aplican, ven cómo su producción entra en las galerías más avanzadas. Crow alude con este ejemplo a dos categorías estéticas antiguas que se adaptan al arte contemporáneo, especialmente al de raíz pop: lo vernáculo y lo pastoral, lo que crea el pueblo y lo que consigue reproducir sólo lo grato y amable.
En un momento en el que también el campo del arte está girando no sabemos bien en qué sentido, es recomendable escuchar las voces de quienes desde ensayos como los presentes, entre los que hay algunos clarificadores (atención a los dedicados a Warhol, Wall y Williams) y desde un país que no necesariamente ostenta ya el liderazgo en las artes, presentan artistas que se encuentran entre los más avanzados y con cuyos nombres conviene tomar cierto contacto. Esperemos que las exposiciones nos ayuden en ese proceso.
José Ignacio Gómez Álvarez