El asesinato del perdedor

Camilo José Cela

GÉNERO

Seix Barral. Barcelona (1994). 238 págs. 1.700 ptas.

El asesinato del perdedor es la primera novela que publica Cela desde que en 1989 consiguiera el Premio Nobel de Literatura. En esta nueva obra continúa el camino de experimentación formal que inició en 1973 con Oficio de tinieblas 5 y que continuó en Mazurca para dos muertos (1983) y Cristo versus Arizona (1988).

Por cualquier sitio por el que abramos la novela encontramos el inconfundible aroma de Cela, que ha decidido petrificar sus principales señas de identidad: el persistente tufo escatológico y los inagotables e inverosímiles ejercicios sexuales en los que participan la casi totalidad de los muchos personajes, apenas voces, que aparecen en esta obra.

Al igual que sucedía en las novelas anteriormente citadas, Cela utiliza un sistema expresivo caótico, que le viene muy bien para desinteresarse tanto de la estructura de la novela, absolutamente reiterativa dentro de su desorden, como del resultado final, delirante e incoherente.

No hay sorpresas en esta nueva, y difícil, novela. Como opinaba certeramente el crítico literario Santos Sanz Villanueva: «Quienes han visto en el autor gallego una incapacidad para trabar un argumento y para diseñar personajes complejos tendrán nuevas y definitivas pruebas a su favor» (Diario 16, 9-IV-94).

El libro cuenta, entre líneas, y con cuentagotas, una mínima historia que -dice Cela- pertenece a la España negra, esa España que le es tan grata y que sólo existe en las crónicas de sucesos y en las obras de Cela. Mateo Ruecas, el perdedor, fue amonestado en un bar por magrear descaradamente a su novia. El juez lo encerró en la cárcel donde Mateo pasó unos terroríficos días. Al abandonar la prisión, y ante el temor de volver, Mateo Ruecas decide suicidarse. Esta breve historia está desperdigada por toda la novela; por si alguien no se ha enterado bien, Cela, al final, añade una carta -innecesaria a todas luces- en la que explica detalladamente el argumento. Este alegato contra la intolerancia se pierde en el maremágnum que forman unos personajes tocados por el característico y repetitivo humor negro de Cela y por sus peculiares obsesiones. El perdedor es el lector.

Adolfo Torrecilla

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