Salamandra. Barcelona (2006). 94 págs. 9 €. Traducción: Gema Moral Bartolomé.
Un golpe de suerte en la Bolsa ha hecho ricos a los Kampf de la noche a la mañana. Para ellos el dinero es ante todo un pasaporte hacia el gran mundo, hacia la sociedad que cuenta. Y el bautismo de ingreso en la nueva clase va a ser un baile. No está previsto que asista la única hija del matrimonio, Antoinnette, pues sus padres entienden que catorce años es pronto para empezar a vivir, bastante han esperado ellos. Pero la joven, ni niña ni mujer, está en pleno despertar novelesco al amor, y la tormenta emocional que crece en su interior no encajará bien esa relegación impuesta.
En cien páginas no hay espacio para el retrato de época, ni siquiera para un análisis a fondo de los pocos personajes elegidos. Apenas se señalan algunas lacras de la vanidad, o se apuntan las dificultades de educación y confianza entre madre e hija. Tampoco se recurre al señuelo de la sorpresa, algo tan propio de las piezas breves, pues desde pronto se sabe cómo va a terminar la cosa. Se trata más bien de mostrar una idea: que cada uno dilapida su vida como quiere y que no siempre se hace dignamente. Queda resumido en la reflexión que se recoge de uno de los personajes: «¿Cómo se puede llorar de esa manera por algo así? ( ) Un día morirá ¿lo ha olvidado?». El desenlace pondrá a prueba el auténtico afecto de los esposos, y la hija aprenderá sobre el hombre, en unas horas, más que en toda su vida. Un duro pero efectivo aterrizaje en la edad adulta.
La escritora rusa en lengua francesa (Kiev, 1903-Auschwitz, 1942) escribió «El baile» con veintisiete años, probable trasunto de su propia exquisita pero solitaria infancia. Como la prometedora e insuficiente «Suite francesa» (ver Aceprensa 138/05), esta incisiva historia sobre las apariencias y la estupidez está elaborada con elegancia y proporción, y se lee con agrado, pero no se puede ir más allá en los elogios.
Javier Cercas Rueda