Nora K. y Vittorio HösleAnaya. Madrid (1998). 263 págs. 1.700 ptas. Traducción: Arturo Prada.
El Café de los filósofos muertos es un libro escrito a medias entre una niña de once años, Nora K., y el profesor alemán de filosofía Vittorio Hösle. Su gestación comenzó la tarde en que la joven autora confió a Vittorio Hösle (invitado a cenar en casa de los padres de Nora) una duda que se le había despertado leyendo El mundo de Sofía, libro que ha supuesto algo más que una moda literaria. El profesor decide responde a Nora mediante una carta, inicio de un largo y fructífero epistolario hasta que Nora decide publicar las cartas para que sirvan a otros adolescentes que tengan las mismas inquietudes filosóficas.
Para contestar a Nora, el profesor Hösle inventa un mundo de sueños con un café frecuentado por los grandes pensadores de la historia. Allí acude Hösle cada vez que recibe una carta de Nora y la comenta y debate con el resto de los asistentes. En muchos casos el autor abandona el café sin dejar resuelta la cuestión, lo que no le preocupa, pues sabe que Nora tiene que elegir «su» respuesta, y que eso es más importante que ser adoctrinada con una respuesta cerrada. Las preguntas, como es habitual en estos casos, tienen más valor que las respuestas. Nora, una joven alemana y católica, que vive en una familia unida y culta, en la que se valoran más los libros que el televisor, muestra con una sinceridad ejemplar las dudas que le plantean las lecturas, la fe y la enseñanza.
A pesar de su buena intención, el profesor Hösle no consigue la ansiada objetividad, y a veces cae en una discutible imparcialidad, escollo difícil de evitar en un libro de estas características, lo mismo que le sucedió a Jostein Gaarder en El mundo de Sofía (ver servicio 9/95). La visión que se ofrece de algunos filósofos, especialmente los de la Edad Media, tiene rasgos caricaturescos, aunque hay que subrayar que el autor no tenía la intención de trazar retratos verídicos sino arquetipos que ilustren una determinada idea o postura. Como recurso narrativo tiene su eficacia, pero indirectamente predispone al lector contra el pensamiento de algunos filósofos. Además, Hösle no siempre deja abiertas todas las cuestiones sino que acaba tomando partido con un camuflado afán adoctrinador. Por ejemplo, no oculta que es partidario del sincretismo religioso, lo que reafirma en pasajes concretos.
Con todo, El Café de los filósofos muertos resulta una obra de innegable utilidad, especialmente para los docentes. En este libro, la filosofía cumple la función de ayudar a resolver incógnitas morales, traducir a un lenguaje más racional las convicciones religiosas, aguzar la conciencia crítica y servir de lazo de unión entre los distintos ámbitos del saber.
Durante su lectura, el lector asentirá o disentirá a lo que se exponga con apasionamiento en el café, y siempre pasará un buen rato.
Rafael Díaz Riera