Destino. Barcelona (2004). 350 págs. 19,50 €.
Antonio Soler (Málaga, 1956) viene construyendo en todos sus libros un singular mundo narrativo, algo así como una saga, donde los personajes aparecen y desaparecen y se trasladan de una obra a otra. Todas sus novelas tienen muchos puntos en común: no se asientan en un argumento cerrado, pululan múltiples personajes derrotados, se ambientan en los últimos años del franquismo, convierten en categoría estética tanto la marginalidad como la sordidez. Hay un excelente -aunque reiterativo- trabajo estilístico y describen una visión grotesca y marcadamente pesimista de la condición humana. Para describir su narrativa ha tenido fortuna la expresión tremendismo lírico: Soler emplea un lenguaje de resonancias poéticas para acometer historias oscuras, duras, marginales, que lo emparentan con su autor preferido, Juan Marsé.
El camino de los Ingleses -último premio Nadal- es una novela sobre el final de la adolescencia de un grupo de amigos: «Los protagonistas de mi novela son adolescentes tardíos, tienen 17 ó 18 años. Son gente que se encuentra ante un abismo, a veces sienten vértigo, a veces euforia por la aventura que van a emprender: la vida». Pero la vida que aquí aparece está determinada exclusivamente por los impulsos sexuales de los personajes. Hay en la novela una desmedida obsesión por conseguir el placer sexual, la única manifestación, parece afirmar, de la auténtica felicidad. Estos adolescentes, que viven en una localidad marítima (apenas hay referentes espaciales), saben que el paso del tiempo les está haciendo mella y que todos ellos van a experimentar un súbito cambio. Unos, porque tienen que abandonar su ciudad para trasladarse a Madrid a continuar sus estudios; otros, por las consecuencias de una grave enfermedad; otros por sucesos imprevistos o por mala suerte, o porque ya ha llegado el momento de tener que tomar alguna determinación. Durante el verano se aferran a sus hábitos de siempre, aunque van notando cómo se introduce en sus vidas unos impulsos que ya no son capaces de controlar. La novela no tiene un argumento muy definido. Los meses del verano pasan y las vidas de estos y otros personajes sufren una rápida transformación. La adolescencia ha terminado. Ya todo tiene otro sabor, sobre todo los fracasos.
Soler maneja un estilo brillante, que sabe atrapar ambientes y describir las sensaciones de los personajes. Sin embargo, a medida que avanza la novela, lo que se nos cuenta, con su pesada carga de reportaje erótico, se hace cada vez más inverosímil, pues la mirada de Antonio Soler siempre apunta, obsesivamente, en la misma y desquiciada dirección estética.
Adolfo Torrecilla