Paidós. Barcelona (1997). 422 págs. 3.750 ptas. Traducción: José Pedro Tosaus Abadía.
Huntington, profesor de Harvard, sostiene que tras la Guerra Fría, enterrada junto con el comunismo europeo en 1989, la política mundial ha dejado de regirse por posturas ideológicas: ahora se realiza según pautas culturales. Las culturas o civilizaciones han sustituido a las ideologías como aquello con lo que las personas y los pueblos más se identifican. En consecuencia, la mayor fuente de conflictos internacionales no será ya el enfrentamiento ideológico, sino el choque de civilizaciones. En concreto, Samuel P. Huntington identifica nueve civilizaciones principales en el mundo actual: la occidental, la eslavo-ortodoxa, la china, la musulmana, la latinoamericana, la africana, la hindú, la budista y la japonesa.
De ahí que las pretensiones universalistas de Occidente le ocasionarán conflictos cada vez más numerosos y graves con las otras civilizaciones, en particular con la china y con la islámica. La supervivencia de Occidente dependerá de que afirme su identidad occidental (en contra de la tan extendida política multiculturalista) y de aceptar que su civilización es singular, particular y no universal.
La tesis de Huntington tiene las virtudes y defectos propios de las grandes intuiciones: perspicaz y sugerente en sus líneas generales, vulnerable en los detalles. Una ojeada al mundo actual descubre un panorama que concuerda con la descripción del autor. El empuje del islamismo muestra que una de las fuerzas que más pueden cambiar el escenario internacional no tiene su motor en la ideología ni en el viejo pragmatismo a lo Kissinger, sino en la fe religiosa. En gran medida, el movimiento reivindicativo de los «valores asiáticos» es también una confirmación de esas ideas revisionistas de la historia.
En cambio, mirada con lupa, la tesis hace agua. Lo primero que han atacado los críticos es la misma división del mundo en civilizaciones. Cada una de las definidas por Huntington parece más bien una etiqueta puesta -con cierto fundamento- a países con no menos diferencias que semejanzas. Lo que en ninguna región es tan claro como en Asia. Tampoco el choque de civilizaciones explica la Guerra del Golfo, iniciada por la invasión de un país árabe e islámico por otro.
En segundo lugar, los intereses económicos y políticos siguen teniendo un papel destacado en los conflictos internacionales. Con las disputas árabo-occidentales tienen mucho que ver el petróleo y las pretensiones de hegemonía de unos u otros. Así, Occidente se enfrenta a Irak pero no a Arabia Saudí, régimen mucho más islámico e integrista (sunní) que el de Bagdad.
El choque de civilizaciones es, pese a sus debilidades, una de las obras más interesantes entre las que han tratado de adivinar cómo será la escena internacional tras el declive de las ideologías.
Juan Domínguez