Freeman Dyson es uno de los físicos teóricos más célebres del siglo XX. Su libro El científico rebelde es una recopilación de artículos suyos publicados en diversas revistas o libros donde Dyson se muestra como un pensador imaginativo con un amplio abanico de intereses no sólo científicos, sino también culturales, filosóficos y religiosos. Los artículos tratan sobre los temas más variados, teniendo como débil punto de unión la vaga idea de que los grandes científicos han sido rebeldes que han desafiado de alguna forma el pensamiento establecido.
La mayoría de los capítulos son reseñas de libros. Se trata de recensiones generosas que el autor suele convertir en un ensayo propio sobre el mismo tema o sobre reflexiones sugeridas por la lectura, relacionándolo a menudo con personajes interesantes que ha conocido o sobre los que ha leído. La temática es tan diversa que cualquier selección de comentarios es necesariamente arbitraria.
Por el libro desfilan personajes curiosos como Thomas Gold, un caso extremo de científico multidisciplinar, pues hizo contribuciones importantes, con variado acierto, en cuestiones tan dispares como los mecanismos de la audición humana, la evolución del universo, la variación del eje de rotación de la tierra y el origen no biológico del petróleo. También se nos habla de Norbert Wiener, pionero de la cibernética, hoy llamada teoría de la información. Es interesante el relato sobre Robert Oppenheimer, que dirigió el proyecto Manhattan para luego convertirse en pacifista, y que predijo la existencia de agujeros negros. La figura de Edward Teller, padre de la bomba de hidrógeno y bestia negra del pacifismo oficial, es descrita con humanidad. También se nos cuenta cómo Vera Rubin llegó a deducir la existencia de materia oscura en el universo.
Es interesante el relato de la creación del primer acelerador de partículas por John Cockcroft y Ernest Walton bajo la tutela de Ernest Rutherford, todo un gentleman inglés que estableció que, en su laboratorio de Cambridge, se interrumpiera toda actividad a partir de de las seis de la tarde y durante dos semanas seguidas cuatro veces al año, todo para asegurar el descanso y posterior creatividad de sus investigadores. Él mismo y varios discípulos suyos, entre ellos Cockcroft y Walton, obtuvieron el premio Nobel. Toda una lección para los actuales adictos al trabajo.
La azarosa historia de los manuscritos de Isaac Newton da pie para hablar de este fundador de la ciencia moderna que también dedicó tiempo y energía a cuestiones tan diversas como la alquimia, la teología y la lucha por los derechos civiles. En un libro así no pueden faltar alusiones frecuentes a Albert Einstein, presentado como otro ejemplo de científico y pensador extremadamente independiente. Reflexionando sobre por qué Henri Poincaré no llegó a descubrir la teoría de la relatividad en un contexto intelectual similar al de Einstein, Dyson concluye que Poincaré fue menos audaz que Einstein, quizás porque tenía más edad.
Científicos del siglo XX
Tampoco pueden faltar las numerosas alusiones a Richard Feynman, científico singularmente original cuya popularidad entre los físicos es comparable a la de Einstein. Según la clasificación de Isaiah Berlin, Feynman habría sido un “zorro” (conocedor de muchos trucos sin profundizar en ninguno) y Einstein un “erizo” (conocedor de un truco que explota al máximo). La ciencia necesita zorros y erizos. La lectura de la correspondencia privada de Feynman, publicada recientemente, nos muestra un personaje sabio y de gran humanidad, muy distinto del papel de mitad genio y mitad payaso que gustaba representar.
En varias ocasiones se habla de dos personajes especialmente interesantes del siglo XX: el matemático Kurt Gödel y el físico Werner Heisenberg. Tienen en común que ambos descubrieron límites intrínsecos de la ciencia. Heisenberg formuló el famoso principio de incertidumbre, según el cual la posición y la velocidad de una partícula-onda no pueden tomar valores precisos simultáneamente, desterrando la imagen determinista del mundo. Gödel demostró que, dado un sistema de axiomas que contenga la aritmética, existen teoremas que, siendo ciertos, no pueden ser demostrados; por otro lado, no puede probarse que una conjetura concreta pertenezca a ese grupo de verdades indemostrables. Gödel dio al traste con el sueño de David Hilbert según el cual la totalidad de las matemáticas podría deducirse de forma mecánica a partir de unos pocos postulados.
Dyson invoca el teorema de Gödel para cuestionar la viabilidad de otro sueño, el de los físicos teóricos de supercuerdas que aspiran a formular toda la física a partir de una ecuación. De forma estética, formula Dyson tres fronteras que siempre estarán abiertas: la frontera matemática, gracias a Gödel; la frontera de lo complejo (cerebro, hombre, sociedad); y la frontera geográfica, pues el universo observable aumenta día a día.
Freeman Dyson recibió el premio Templeton en 2000 por su contribución al progreso de la armonía entre ciencia y religión. Se trata de un científico creyente que se encuadra a sí mismo en la curiosa categoría de “cristiano escéptico”. Sus reflexiones sobre la relación entre ciencia y religión no son particularmente profundas pero, junto a especulaciones gratuitas, presenta algún pensamiento interesante.
Muchos otros temas son abordados en este libro. Hay una interesante discusión sobre el ambiguo papel del dióxido de carbono en el cambio climático. Se dedican varios capítulos a la problemática de la guerra y la paz, incluyendo la historia del pacifismo y la abolición de la esclavitud (en el mundo anglosajón), el proceso de Nuremberg, el desarrollo de la bomba atómica, los últimos meses de la segunda guerra mundial, y en general la relación entre la ciencia y la paz. También se discuten otros temas de ciencia tales como el análisis (reduccionismo) frente a síntesis (emergentismo) en el método científico, la elusiva telepatía, la viabilidad de la colonización de asteroides, el papel de los astrónomos aficionados, y la cosmología especulativa.
En resumen, debido a su origen recopilatorio, este libro trata brevemente de multitud de temas sin transmitir un mensaje claro, salvo el de que ha habido científicos muy creativos. Lo cierto es que la atención dedicada a personajes inusualmente singulares tiende a eclipsar la prosaica realidad de que la mayoría de los grandes científicos han concentrado su originalidad en la creación intelectual, siendo bastante convencionales en otros aspectos de su vida. Otro mensaje del libro es que Dyson es un hombre culto e imaginativo, casi renacentista, cuya fluida pluma puede proporcionar largos ratos de lectura entretenida e ilustrada.