Alianza. Madrid (1994). 162 págs. 1.300 ptas.
La carrera literaria de Hermann Lenz fue reconocida en 1978 gracias al prestigioso premio de las letras alemanas Georg Büchner, cuando tenía sesenta y cuatro años.
El cochero y el pintor de blasones engloba 25 años cruciales en la historia alemana y europea, los que van desde 1910 a 1935. August Kandel es un cochero de Stuttgart cuya sensibilidad no se corresponde con la de su época, más turbulenta y cínica. Vive apartado de esa mentalidad que poco a poco, lentamente, va formándose en su país y que desembocará en la irracionalidad del régimen de Hitler.
Kandel, quien vive sólo con el consuelo de una sobrina que le hace compañía, siente una entrañable nostalgia por las cosas del siglo pasado, porque lo viejo, piensa, también es hermoso, como lo era en su juventud. El estilo rezuma esa aureola de aprecio por el equilibrio, por la falta de virulencia y por el sometimiento de las pasiones. Hermann Lenz ha querido que el tono de la novela acompañe la añoranza que el protagonista siente por lo que ya está pasado de moda. Kandel siempre ha mantenido una actitud prudente y distanciada con lo que le rodea, y esto le ha llevado a trastocar lo real en su imaginación, a admirar ingenuamente el arte de un pintor de blasones, que a la vista de todos, menos para él, era un pobre sumiso.
La relación que mantiene, a partir de la mitad de la novela, con su sobrino Erich es sin duda lo mejor del libro, una historia mucho más clara y lineal que los primeros capítulos, donde los misterios que rodean la vida del fracasado pintor de blasones no acaban de cuajar. En plena ascensión nazi, Kandel contempla con serenidad los acontecimientos. En cierto modo, él y su sobrino parecen los únicos cuerdos frente a las incomprensibles brutalidades que empiezan a desatarse. Con Erich revive sus mortecinas ilusiones porque, como él, su sobrino opinaba que la belleza era relegada por los gritos de la muchedumbre, «guiada por cualquier granuja en la dirección que éste quería».
César Suárez