Península. Barcelona (1998). 406 págs. 2.500 ptas. Traducción: Isabel Núñez.
El inglés Colin Thubron (1939) pertenece a esa estirpe de escritores viajeros que han convertido en buena literatura sus viajes por todo el mundo. El relato de su recorrido en 1992 por cinco antiguas repúblicas soviéticas de Asia (Kirguizistán, Kazajstán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán) es una excelente muestra de su categoría como cronista de viajes y como escritor. Thubron describe los escenarios sabiendo que no hay que poner el acento en aquellas cosas que puede reflejar mejor una fotografía o una guía. Thubron domina la historia de los países y ciudades que recorre, y sabe condensar la información más válida en el momento apropiado para situar al lector o resumir en breves líneas la historia de un héroe legendario. Y sabe también dejar hablar a los personajes con los que convive unos días o unas horas, con diálogos espontáneos que reflejan mejor que muchos discursos el estado de ánimo de un país.
Así, la narración adquiere el ritmo de un viaje apasionante por unas tierras de nombres evocadores y legendarios: Samarkanda, Bujara, Ashjabad, Geok-Tepe, Jiva, Tashkent, Bischek… Allí, algunos ciudadanos viven obsesionados por un futuro que no consiguen atisbar: todavía están estrenando su independencia, recuperando las tradiciones de su pasado -que el comunismo quiso enterrar-, pero sin saber qué pasos dar. En algunos lugares, la caída del comunismo ha desatado las luchas internas; en otros, las mafias se han hecho con el control de la producción; en ciertos países el caos es tan grande, que la gente echa de menos el orden y la autoridad que imponía el comunismo. La democracia le resulta por ahora un sueño, difícil de armonizar con sus costumbres y su manera de enfrentarse a la realidad.
La presencia del islam es cada vez más pujante, aunque en versión más próxima a las tradiciones turcas que al integrismo de Irán. Las páginas más patéticas son aquellas en las que se muestra el fracaso del comunismo con toda su crudeza, la penosa herencia que ha dejado en unos países que el poder soviético utilizó tantas veces como campo de operaciones militares y destino de castigo y destierro para muchos rusos.
Adolfo Torrecilla