Edilesa. León (1999). 144 págs. 1.965 ptas.
Estaría fuera de lugar descubrir a estas alturas la sensibilidad poética y el estilo de Antonio Colinas (Premio Nacional de Literatura 1982 por el conjunto de su obra poética), uno de los más firmes valores de la poesía española. Pero Colinas no es sólo poeta; también es ensayista y narrador, si bien en todas sus facetas se respira el acento de lo poético. Con El crujido de la luz, Colinas recupera la infancia de Jano, personaje que ya había sido protagonista de Larga carta a Francesca. Jano -quien seguramente oculta al propio autor- evoca los años de su infancia en el pueblo y cómo iba abriéndose a la vida y a sus grandes temas (el amor, las amistades, la muerte, lo sagrado, la cultura y la literatura), rodeado de su familia y sus compañeros de juegos.
Como en el resto de los libros de la colección «Los libros de la candamia», magníficamente editados, El crujido de la luz intenta «captar el ensueño en un texto» y goza, por ello, del palpitar del cuento literario al describir cada anécdota. Presenta el «escalón que separa el interior del exterior» en los recuerdos de la infancia, todo ello contado con un aire de intimidad y sensibilidad poética que Colinas maneja sabiamente, y con cuidada prosa va a lo esencial de las cosas: «En realidad, la esencia de aquella mañana pura de la infancia no era la nieve, sino el crujido de los pasos del médico sobre la nieve. O, para ser aún más precisos, el crujido que producía la luz de la nieve. Más adelante habría de haber en la vida de Jano otras luces -luces fogosas, luces de oro, luces blancas y espesas, luces verdosas o hasta terribles luces negras-, pero la esencia de su vida estaba en ese crujido de la luz blanca de la nieve».
Juan José Vergara