Akal. Madrid (2002). 176 págs. 16,85 €. Traducción: Isabel Balsinde
En la bella portada de esta edición se reproduce una mano que aprieta con firmeza carne ajena. Sólo el color único y ciertos brillos indiscretos nos informan de que ahí no hay tal carne sino sólo piedra, de que esas formas no son más que la trasposición feliz que un escultor hizo de sus ideas acerca de las manos y las piernas.
Algunas esculturas tienen una poderosa capacidad de evocación, como es el caso de la imaginería católica, que surge del naturalismo tradicional que hace uso de materiales verosímiles para reproducir pelo, ojos, vestidos, y forzar una composición de lugar más creíble. Pero no fueron éstas las primeras esculturas que buscaron la verosimilitud a través de la policromía, ni las que trataron por primera vez el tema de la figura humana. Para encontrarlas hay que retroceder hasta los orígenes, pues allí están las venus paleolíticas y, algún tiempo después, las figuras griegas hoy desnudas de color pero entonces pintadas con efectos impactantes, o bien las que consiguen el cromatismo por el uso de distintos materiales.
El arte occidental debe su desarrollo a la plasmación de una representación ideal a la vez que verosímil de la figura humana. Eso se consigue sin duda en la Grecia clásica y desde allí el eco de ese momento, que tomó cuerpo en el imaginario popular por el mito de Pigmalión, llega hasta nuestros días después de numerosas transformaciones. De todas ellas se trata en este nuevo título de la colección inglesa que viene presentado Akal, editorial que mima las reproducciones.
Tom Flynn es profesor de la Universidad de Sussex y está especializado en la escultura de oro y marfil del siglo XIX. En El cuerpo en la escultura realiza un viaje llevadero por la escultura occidental desde sus orígenes hasta hoy, siguiendo el hilo conductor del cuerpo en la escultura. Une así una técnica con un tema que gozan por separado de un concentrado interés de la historiografía en los últimos años. Y los presenta con brevedad y ligereza, como no puede ser menos para una historia de la escultura, pues cuerpo y escultura forman un par de relación estable que lleva a su fusión. Quizá por la ambición del empeño, se note cierta vaguedad en la dirección del tema junto con alguna ofuscación del discurso que intenta evitar lo trillado.
José Ignacio Gómez Álvarez