Planeta Testimonio. Barcelona (2005). 295 págs. 18,50 €.
Josep Miró i Ardèvol es un hombre polifacético: fundador y presidente de e-Cristians y de la Convención de Cristianos para Europa, político, universitario, publicista cristiano… Se puede decir que en este libro ha volcado sus prioridades biográficas en diversas formas.
En primer lugar, como el mismo subtítulo indica, estamos ante «propuestas para una acción social cristiana», a modo de programa y no de meros deseos. El autor elabora reflexiones eminentemente prácticas. Primero para diagnosticar los males de nuestra sociedad, y después para señalar unas estrategias de compromiso cristiano que partan de la comprensión de la verdad y del desmantelamiento de múltiples manipulaciones.
Así, resulta de especial interés la idea de la «sociedad desvinculada» como patología vigente y manifestada en diversas rupturas: la de la familia, la política, la de la injusticia social y la antropológica. El atinado análisis de los problemas que anidan tras las cuatro rupturas nos traslada a cuestiones de máxima actualidad -homosexualidad, aborto, juventud…-, que no pueden hallar solución más que en un regreso al vínculo con la verdad, con Dios. Aquí el autor es capaz de afirmar que «pese a la debilidad de cristianismo en Europa, quien está en las últimas trincheras históricas es el laicismo».
En segundo lugar, es patente su formación de economista, que se pone de relieve en el lenguaje del libro, en la forma, en los ejemplos.
Miró i Ardèvol procede del nacionalismo político y ha ocupado cargos públicos en Cataluña. Hay capítulos concretos donde desarrolla estas ideas, y parecen los más cuestionables, porque desde la universalidad del título, que interpela a cualquiera, se pasa a la problemática nacionalista que interesa solo a un sector. Afirma que «el hecho nacional y su desarrollo colectivo son, en sí mismos, como elementos constitutivos de la persona, positivos. Las políticas podrán o no serlo». Este es el verdadero desafío de los cristianos con inquietud nacionalista: no caer en lo que Juan Pablo II señaló como nacionalismo excluyente. El problema es que el nacionalismo, a diferencia del cristianismo, atiende más al colectivo que a la persona, y ahí es donde nos resulta difícil comprender que tal maridaje pueda tener éxito.
En cualquier caso, el libro es clarificador en muchos aspectos para el cristiano que anda demasiado imbuido del desconcierto social reinante, y estimula para luchar por cambios posibles.
Ángel López-Sidro