Cuatro días antes del comienzo de la guerra de Iraq, Juan Pablo II, durante el Ángelus desde la plaza de San Pedro, proclamó: “Siento el deber de decir a todos los jóvenes, a los más jóvenes que yo, que no tienen esa experiencia [la de la Segunda Guerra Mundial]: ¡Nunca más la guerra!”. Algunos intelectuales católicos estadounidenses consideraron, sin embargo, que la postura del pontífice podía interpretarse de diversas formas y que, en puridad, no se había opuesto a la invasión del país. Este contorsionismo hermenéutico tenía su precedente en la manipulación que hicieron, entre otros, George Weigel, Richard Neuhaus y Michael Novak, de la encíclica Centesimus annus, y que aplicarían más tarde a la Caritas in veritate de Benedicto XVI, todo ello para hacer compatible la doctrina social de la Iglesia con el capitalismo radical y la defensa del militarismo americano.
La elección del Papa Francisco supuso, dentro de la Iglesia en Estados Unidos, un punto y aparte; con Evangelii gaudium, Laudato si’ y Fratelli tutti ya no era posible saltarse los párrafos incómodos. Finalmente, la elección de Donald Trump llevó a un sector no pequeño del catolicismo a alinearse con él y contra Francisco.
La incomprensión a la que se enfrenta el Papa, por tanto, viene de lejos, tiene raíces muy hondas y ya ha dado el salto a Europa. El apasionante libro de Massimo Borghesi, catedrático de Filosofía Moral en la Universidad de Perugia y excelente conocedor del pensamiento de Francisco, subraya que esa perversión de la doctrina social de la Iglesia, que pretende dejar intacta la estructura económica, no es más que una forma de secularización. Abogar por que la Iglesia no se pronuncie sobre la destrucción del medio ambiente, las desigualdades económicas, los abusos de los poderosos o la acumulación de riquezas supone relegar la fe a una cuestión de conciencia individual. No es casual, advierte, que para algunos católicos con tribuna la moral haya quedado reducida a la oposición al aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual y la ideología de género.
Lo que propone Francisco, según el análisis de Borghesi, es aplicar el concepto de valores no negociables a otras esferas, no solo a las relacionadas con la moral sexual o la defensa de la vida. Solo así será posible sustraerse a las corrientes políticas que tratan de apropiarse de una parte del pensamiento –y de los votos– de los católicos, mientras contradicen abiertamente todo lo demás.
Junto a esta exploración del descontento americano, la lectura que hace El desafío Francisco del pensamiento social y eclesial del pontífice es una buena introducción a conceptos habituales en sus escritos y discursos, como el de las periferias, el del rigorismo, la centralidad de la misericordia o la dimensión misionera de la fe. El talento del Papa para acuñar o popularizar expresiones que resumen toda una visión de la Iglesia y del hombre –por ejemplo, el “hospital de campaña”– ha ocultado en ocasiones que, tras ellas, hay un conocimiento y un amor profundos por la tradición, la Escritura y el Magisterio; su pontificado les añadirá unas notas renovadoras, como no ha dejado de ocurrir en los últimos veinte siglos.