Premiada con el I Premio Planeta Casamérica de narrativa iberoamericana, esta novela tiene, en apariencia, bastante que ver con otros éxitos de gusto dudoso en los últimos tiempos. A saber, en ella se ponen en juego una intriga ambientada en París, un icono de la cultura artística y una secta esotérica y criminal. Todo esto suena familiar, pero aquí se acaban los parecidos. Su autor, el argentino Pablo de Santis, ha construido un homenaje al relato policial clásico mediante una trama entretenida y sofisticada.
Estamos en París, en vísperas de que sea inaugurada la Exposición Universal que presidió la torre Eiffel. Los Doce Detectives, una sociedad de célebres investigadores de todo el mundo, son llamados para formar parte de un pabellón en donde se expliquen sus métodos para descubrir crímenes. Casi de inmediato se va encadenando una serie de asesinatos que se inicia con el despeñamiento de uno de los investigadores desde lo alto de la torre. De Santis incluye historias paralelas en donde cada uno de los detectives va contando sus casos más intrincados. Como en cualquier relato de Sherlock Holmes (la novela se ubica en un tiempo contemporáneo de Conan Doyle), para los detectives el asesinato es, sobre todo, un pretexto para demostrar al mundo su inteligencia. Este enfoque estetizante, de investigador que no se mancha las manos con asuntos de baja estofa, es el que caracterizó a la novela policial desde Poe hasta Dorothy L. Sayers y Agatha Christie.
Ahora bien, De Santis es argentino y su referente no sólo es la novela policial británica, sino también Borges. Su escritura suena en clave borgiana, no sólo por el ritmo o el sabor de la frase, sino también por el modo con que rinde homenaje y, al mismo tiempo, parodia el género que tanto admira. Los detectives de la novela son, sin duda, inteligentes, pero también insoportablemente ególatras. Y sus ayudantes (los doce tienen ayudantes al estilo Watson) no son tan estúpidos como parecen. Lo mejor de la novela, a mi modo de ver, está en el final, que da un triple salto mortal para terminar sorprendiendo al lector con una solución múltiple…
Quizá El enigma de París no sea una novela extraordinaria. Su autor ha tratado de contar una historia amena, acaso despojada de calor humano, al igual que los relatos clásicos protagonizados por Poirot. Y lo ha hecho de forma solvente. Las limitaciones del género son las de este pastiche que asume su propia condición.