A la recurrente exigencia de algunos de que la Iglesia católica pida perdón cada dos por tres por los errores cometidos por miembros de la comunidad cristiana en el decurso de los siglos, se puede anteponer la realidad de un bien mayor: sin cristianismo no habría cultura europea, tal como la conocemos hoy.
“Pretender extirparse el factor religioso de la historia de Europa con el fin de llegarse a una supuesta cultura pura, que aun sin el cristianismo habría acabado por investirse de su actual hechura secular, constituye una empresa imposible”, señala el psiquiatra y estudioso de teología alemán Manfred Lütz, en su volumen El escándalo de los escándalos. La historia secreta del cristianismo.
Lütz se acerca a varios fenómenos históricos que rodean a la religión de la cruz, para arrojar luz sobre ellos, poner en valor el aporte cristiano y desmontar ideas prefabricadas que, a fuerza de repetirse, han calado como “verdades irrefutables” en el imaginario colectivo, tanto en ámbitos profanos como intelectuales.
Dedica espacio, por ejemplo, a la quema de brujas, documentada sobre todo en zonas del norte de Europa, y demuestra que tal práctica no fue obra del clero, sino del vulgo –muchas veces las denunciantes eran mujeres– y del poder político, que desoyó voces como la del Papa Gregorio VII –es “una bárbara costumbre”, amonestaba este a un príncipe danés–.
Igualmente, afirma en otra parte, es gracias a la influencia del evangelio que los pueblos germanos dejaron atrás los sacrificios humanos; o que en las discusiones sobre religión se pasó de la eliminación física del heterodoxo –lo acostumbrado incluso en la Grecia clásica– a la exclusiva condena de sus ideas. O que en los procesos judiciales se introdujeron, gracias a la Inquisición, figuras encaminadas a preservar los derechos del encausado. O que hoy hablemos de los principios de la “guerra justa”, uno de los fundamentos de la política internacional, concebido por San Agustín en el lejano siglo V…
Lütz también repasa temas como las polémicas Cruzadas, la esclavitud, las relaciones de la Iglesia con los judíos –¿finalmente quién atizaba los progromos medievales?–, y la Ilustración, sobre la que hace notar que, si pudo brotar en Europa, fue porque el continente había alumbrado sus primeras universidades en el siglo XII y porque sus monasterios habían atesorado el saber de varias centurias. Lo hizo en Europa porque era suelo cristiano, que “contenía nutrientes que no le fue posible descubrir en ningún sitio”.
Historia de luces, sí, pero también de sombras. El autor recuerda que por estas últimas pidió perdón el Papa Juan Pablo II el 12 de marzo de 2000: por las infidelidades cometidas por miembros de la Iglesia, fundamentalmente durante el segundo milenio; por las acciones contra el pueblo judío; por las divisiones entre los seguidores de Cristo; por los abusos contra menores de edad, por la indiferencia hacia los pobres, por las humillaciones infligidas a mujeres… “Nunca más discriminación, exclusión, opresión ni menosprecio de pobres y olvidados”, sentenció entonces el Pontífice.
Un pequeño paréntesis, de carácter formal, sobre la obra: en la traducción final del texto alemán se advierten algunos extraños giros sintácticos. Ello, sin embargo, no resta valor a un ensayo de gran interés, rico en detalles históricos y útil para demostrar que lo verdaderamente escandaloso es “que haya querido convertirse la historia del cristianismo y de la Iglesia en la historia de un escándalo”.