Grupo Unisón Ediciones. Madrid (2001). 203 págs. 2.200 ptas.
La mayoría de los profesores españoles se encuentran desbordados, descentrados y frustrados en su tarea, porque se les ha hurtado su misión principal de transmitir conocimientos y se les ha convertido en animadores de actividades lúdicas. Esta tesis de Alicia de San José encuadra el contenido de su libro.
Para la autora, la LOGSE está resultando un fracaso. A su juicio, la función actual del profesor de enseñanzas no universitarias es más una labor de cuidador, animador y hasta de payaso, para lograr la atención de unos alumnos desmotivados a quienes no se ha enseñado a valorar el afán por aprender. El mundo de la enseñanza, dice, está cargado de tópicos que nadie se atreve a desmitificar para no ser tachado de retrógrado. Sostiene que criticar la situación actual y valorar algunos aspectos de la enseñanza hoy relegados no significa necesariamente desear una vuelta atrás. Critica también algunos excesos localistas como obstáculos para obtener una cultura amplia.
La autora rechaza la pedagogía constructivista, basada en el conductismo, pues el profesor no es un mero catalizador de situaciones de aprendizaje. Señala que la pedagogía, en su afán por convertirse en un saber «científico», ha olvidado lo que tiene de arte y ha llenado la educación de teorías poco fundadas. En su opinión, pretender reducir la enseñanza a una cuestión de aprendizaje de habilidades, herramientas y estrategias, olvidando los conocimientos, es una falacia.
Se ignora así que la tarea fundamental del profesor es enseñar bien su materia y que su autoridad se sustenta en el prestigio que tenga en la transmisión del saber. Su misión ni siquiera es fundamentalmente educadora, ya que eso es labor más bien de la familia y, en todo caso, de los niveles inferiores de la enseñanza para corregir carencias familiares o naturales. La autora concede un gran valor motivador al aprendizaje en sí mismo y al afán de superación. Afirma que el abuso de términos como autoestima, tolerancia o igualdad ha llevado a olvidar que las principales cualidades que debe transmitir la escuela son las propias de un ambiente de trabajo y de esfuerzo.
La autora tiene así la valentía de arremeter contra lo «políticamente correcto» en la enseñanza y aporta reflexiones para un serio debate sobre el actual modelo educativo. Sin embargo, sus comentarios son a veces excesivamente negativos y requerirían, a mi juicio, algunas matizaciones. Así, al atribuir la educación solo a la familia y a la enseñanza infantil y primaria, concluye que el profesor de instituto no debe ser un educador sino un docente. Su crítica a algunos valores de la escuela actual, a veces reducidos a tópicos sin contenido, le lleva a considerar solo los derivados del trabajo bien hecho. Olvida, por otro lado, la formación de la personalidad basada en las virtudes y omite la educación religiosa en la escuela. Únicamente considera la escuela pública, y sus dos breves referencias a la asignatura de religión están enmarcadas en la era franquista.
De esta forma, la alternativa que se ofrece de una escuela centrada en los contenidos donde se prime la obtención de una cultura sólida y amplia es interesante, si bien resulta dudoso que solo ese afán por saber motive suficientemente a los alumnos.
En definitiva, El espacio del profesor es un libro que aporta reflexiones interesantes en torno al actual modelo educativo, pero quizás la alternativa que ofrece es insuficiente y parcial para una sociedad tan compleja como la actual.
José Manuel Mañú