Pierre Lemaitre (París, 1951) cierra su trilogía sobre la época de entreguerras en Francia, precedida por Los colores del incendio (2019) y Nos vemos allá arriba (2013). En esta tercera parte, ambientada en el París de 1940, centra la historia en el personaje de Louise Belmont, una maestra soltera de treinta años que trabaja en un restaurante.
Un desagradable incidente acarreará a la joven trágicas consecuencias y la obligará a abandonar París y unirse a los cientos de franceses fugitivos que eran “la imagen de este país desgarrado y abandonado”. Mientras, los soldados protegen la frontera de la llamada Línea Maginot en un ambiente de camaradería, aunque temerosos del ataque de los alemanes.
En paralelo a las aventuras de Louise, la trama sigue el recorrido de otros personajes: dos desertores, un subteniente y un gerente del Ministerio de Información que se hace pasar por sacerdote en un campo de refugiados, un tipo bastante extravagante. En este campo, situado entre Francia y Luxemburgo, convergen las andanzas de todos ellos. Allí Louise descubre una serie de secretos de su pasado familiar, corre todo tipo de peligros y tendrá que ser heroína casi sin quererlo.
Lemaitre construye su historia con cierto tono cinematográfico a partir de intensos giros narrativos, diálogos vivaces y unos personajes dibujados con maestría, y con los que el lector logra empatizar a pesar de sus errores. Todo con una agilidad que enhebra el dolor con el lirismo y el humor. El espejo de nuestras penas está escrita con una prosa muy visual que permite al lector adentrarse en escenas donde un puñado de personajes –a veces contradictorios y a veces valientes– luchan por sobrevivir en la dura atmósfera que envuelve una guerra y en la que se podría disculpar algunas conductas que en otras circunstancias serían sorprendentes.
La obra está salpicada de asuntos que resultan muy actuales: el deseo de libertad, la compasión, la femineidad y cierta crítica social a la desconfianza de la gente corriente hacia el poder y la autoridad.