John Grisham vuelve a su cita casi anual con el thriller jurídico del que es el número uno, aunque en esta ocasión no esté a la altura de otros títulos más logrados como Informe pelícano o El jurado.
Un juez federal, Fawcett, aparece muerto junto con su secretaria en un refugio de montaña apenas conocido. El culpable ha debido torturar a la mujer para conseguir del juez la clave que le permitiera abrir la caja fuerte que se encontraba en la cabaña con un misterioso, y seguro valioso, contenido.
Malcom Bannister, un preso condenado injustamente a diez años de prisión por su supuesta colaboración con una organización mafiosa, se pone en contacto con el FBI. Ofrece proporcionar a las autoridades el nombre del asesino a cambio de su libertad y de poder acogerse al programa de protección de testigos.
Lo que sigue es una partida de ajedrez entre Bannister, convertido en Max tras una operación de cirugía que le modifica el rostro, y el FBI, con varias sorpresas argumentales que Grisham dosifica inteligentemente para mantener el interés del lector. Tras la figura honorable del juez se esconde una trama de corrupción que se desvela progresivamente.
Grishman incluye consideraciones sobre el funcionamiento del sistema penitenciario, las paradojas de un país que gasta más en cárceles que en educación y cuestiona la eficacia de condenar a un hombre a pasar veinte años de su vida entre rejas. Como ingrediente incluye sin venir mucho a cuento una sexualidad desenfocada, sin descripciones morbosas. Sorprende el elevado número de personajes que arrastran un divorcio a cuestas y las menciones al aborto como un recurso fácil para remediar los embarazos no deseados, tan frecuentes en el mundo del hampa y de las bandas dedicadas al narcotráfico que Grisham retrata.
En suma, un libro sencillo y de fácil lectura que no defraudará a los aficionados a este consagrado autor.