Los libros que buscan sobre todo entretener y gustar a un gran público basan su estrategia en tres puntos: estilo sencillo sin grandes pretensiones literarias, una buena historia de arquitectura compleja pero comprensible y provocar emociones inmediatas y básicas (tensión, suspense o compasión). Dicho de otro modo, castellano correcto y sencillo, buen argumento y ritmo. Reyes Calderón, vallisoletana, madre de nueve hijos, doctora en Economía y Filosofía, ha ido aprendiendo este oficio a lo largo de cinco novelas y hace aceptablemente bien esas tres cosas. Además, desde su tercera novela, Las lágrimas de Hemingway, ha dado forma a un interesante personaje, la jueza McHor, que crece de una novela a otra. La anterior, Los crímenes del número primo, estaba lastrada por pretensiones de estilo, defecto que ahora ha corregido en parte. Por otro lado, se ha centrado esta vez en un argumento más convencional y menos barroco, y la historia ha ganado en fluidez.
La jueza Dolores McHor se enfrenta a un caso de corrupción y estafa económica con algunos cadáveres de por medio. Se ven envueltos políticos y empresarios españoles y un dirigente del Banco Mundial. Otros elementos, como la intervención de un policía de la Interpol y las apariciones frecuentes de familia de McHor, sirven para mostrar los matices de la personalidad de la jueza. Se reflexiona sobre la justicia, el poder, las relaciones entre ambos, la cooperación internacional, el paso en la vida a la madurez adulta, la defensa de la familia y el papel de la mujer en la vida laboral. Dolores McHor es una buena profesional, dura y orgullosa, íntegra y leal, práctica y con sentido común y a la vez sensible y femenina. Queda claro que está donde está por sus propios méritos. Es un buen exponente de conciliación entre vida familiar y profesional.
Ocurren cosas desagradables (abusos, chantajes, suicidios, asesinatos, adulterios, etc), pero están narradas con sensibilidad. La novela atraviesa algunos baches que ponen a prueba el interés del lector, pero se recupera hasta conducirnos a un final aceptable.