El gran sueño de China no es un libro cualquiera de análisis sobre ese país. Está escrito por Claudio F. González, ingeniero de telecomunicaciones y catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, que residió seis años en China. El autor no solo se ha comprometido a la periódica actualización de la obra, sino a completarla con otros dos volúmenes que aparecerán en los próximos años. Todo indica que sus ensayos formarán parte de la bibliografía de referencia para quien desee profundizar en el presente y el futuro del país.
En este sentido, probablemente este sea el ensayo en español más completo sobre la naturaleza del régimen comunista chino, caracterizado, como indica el subtítulo, como tecno-socialismo y capitalismo de Estado. Del comunismo, China ha heredado el componente centralizador y planificador, pese al inconveniente de su aplicación real en un país muy extenso, y el leninismo, acentuado por el culto a la personalidad de la mano de Xi Jinping. El “sueño chino”, al que ha hecho referencia el líder comunista en numerosas ocasiones, encierra el propósito de devolver al país la relevancia que tuvo en siglos anteriores, pero de forma mucho más ambiciosa, ya que pretende convertirlo en la primera potencia mundial. El instrumento para lograrlo es el desarrollo industrial y tecnológico que permitirá también incrementar la calidad de vida y ganarse la confianza ciudadana. Megaproyectos como la Belt and Road Initiative, presente en varios continentes, o la Ruta de la Seda Digital son los primeros pasos en ese camino.
El autor, con gran experiencia empresarial, describe con profusión los avances chinos en el campo tecnológico y resalta que el gigante asiático está desarrollando toda una filosofía de la empresa: la del capitalismo de Estado. Se trata de un sistema que no es el típico colectivismo, sino un autoritarismo de alta tecnología, acompañado de una obsesión por la armonía social, siguiendo la tradición confuciana, aunque al servicio del partido único, el único aglutinador del patriotismo
Una de las interesantes conclusiones del libro es que China ya no practica el soft power, asociado a lo que se llamó hasta hace poco tiempo el “ascenso pacífico”, sino una versión económica y comercial de hard power. Pese a todo, el autor invita a la UE a aprender de un país que en treinta años ha dado un salto que otros no han logrado ni en dos siglos. China piensa a largo plazo y habría que imitar su paciencia y su perseverancia.