Como explica José Ramón Ayllón, la vida de Chesterton transcurrió en un tiempo convulso, tanto desde un punto de vista histórico –fin de la época victoriana, la Gran Guerra– como cultural –con el socialismo y la irrupción de nuevas tendencias filosóficas–. La principal contribución de este sarcástico periodista fue elaborar una divertida crónica ideológica de su época, ridiculizando las funestas contradicciones de lo que se presentaba como moderno, y recordando a sus lectores las exigencias del sano sentido común.
Sobre Chesterton hay –y lo recuerda el propio Ayllón– espléndidas biografías, entre las que destaca la de Joseph Pearce. El hombre que fue Chesterton no pretende hacer un exhaustivo recorrido por la vida del polemista inglés, sino destacar los momentos más relevantes de su existencia y combinar su exposición con las preocupaciones in-telectuales del autor de Ortodoxia. Ayllón explica las relaciones con sus amigos y los intelectuales del momento, sus disputas, los viajes que hizo a Palestina o Estados Unidos, y el proceso de elaboración de algunas de sus obras.
Chesterton ante todo fue periodista y, aunque parezca extraño, nunca se reconoció como novelista. Estaba muy cercano al hombre de la calle, conocía las inquietudes de sus contemporáneos y tenía un don especial para tratar con estilo directo y accesible sesudos problemas. Las reflexiones que Ayllón espiga de su obra sobre la religión, la mujer, la familia o la historia muestran que poseía, además de un agudo espíritu filosófico, una cultura enciclopédica.
Fueron dos los hechos que marcaron la existencia de Chesterton y los dos están íntimamente ligados. De un lado, su conversión al catolicismo en 1922, en la estela de otros famosos conversos ingleses, y que fue resultado de un largo y reflexivo proceso de maduración personal. Lo quisiera o no, Chesterton fue educado en un ambiente especialmente hostil, y en concreto anticatólico, y tuvo que adaptar paulatinamente su comprensión del mundo a la fe. Una de las cosas que más le atrajo del catolicismo fue la alegría y su celebración de la belleza. Su camino espiritual estuvo precedido por el convencimiento racional de la coherencia del cristianismo. No es de extrañar que, como recuerda Ayllón, Chesterton haya sido guía y maestro de otros muchos conversos.
El otro acontecimiento crucial de su vida ocurrió en 1896, cuando conoció a Frances Blogg, su mujer. Frances ayudó a que Chesterton se centrara, y su noviazgo es una historia de amor romántico pero maduro. Al lector castellano no le resulta tan familiar la obra poética de Chesterton, pero en ella –también en la que tiene como tema el amor– resalta con mayor claridad su potencia creativa y literaria. Según el propio Chesterton, Frances le hizo, primero, superar las locuras de su juventud; después, fue una ayuda –material, intelectual– imprescindible en el desarrollo de su obra. No cabe duda de que la visión que Chesterton tenía de la mujer y de la familia nacía de su admiración hacia ella.
En términos políticos, y siguiendo a su amigo Belloc, Chesterton abogó por el distribucionismo. Era entonces un camino alternativo entre el egoísmo al que parecía abocado el capitalismo y la utopía socialista, que deploraba. Para ambos escritores, el reparto de los medios de producción era más justo y más idóneo para el desarrollo de la libertad y, además, aportaba una dimensión comunitaria a la economía.
El libro de Ayllón permite comprobar lo actual que son los textos del escritor inglés en este tiempo, también proceloso desde un punto de vista intelectual. Chesterton quería recordar a la gente corriente el sentido de las cosas importantes frente a las modas y la sofisticación intelectual. El hombre que fue Chesterton es una invitación a acercarse a la obra de este escritor genial y, sin duda, renovará en los lectores su admiración por el misterio de la existencia y el milagro de lo cotidiano.