Alfaguara. Madrid (2005). 360 págs. 18 €.
El escritor chileno Jorge Edwards se hizo famoso a principios de los setenta, cuando publicó su libro de memorias «Persona non grata», una especie de relato novelado de sus peripecias en Cuba, cuando fue enviado por Allende para restablecer las relaciones diplomáticas entre los dos países socialistas, y tuvo que salir precipitadamente a los pocos meses, acusado injustamente de cometer ciertos delitos contrarrevolucionarios. De allí pasó a la secretaría del embajador Pablo Neruda en París. Estas dos circunstancias hicieron de Edwards un hombre muy conocido en círculos intelectuales y políticos, y fueron su carta de presentación para las novelas que publicó a continuación.
Sin embargo, nunca llegó a generar, con ninguno de sus escritos posteriores, el interés que tuvo «Persona non grata», quizá porque sus novelas son más bien mediocres. Sólo en los últimos años, tras la publicación de «Adiós, poeta», otro libro de memorias, esta vez de su relación con Neruda, y por el hecho de conseguir el Premio Cervantes (para algunos críticos inmerecido) a finales de siglo, en 1999, su prestigio ha comenzado a brillar algo más. Por otro lado, su novela anterior, «El sueño de la historia» (2000, ver Aceprensa 100/00), es quizá su mejor obra narrativa de ficción.
Por lo que se refiere a «El inútil de la familia», las cosas no cambian demasiado. El tema lo venía pergeñando desde hace mucho tiempo. La figura de su tío, el novelista Joaquín Edwards Bello (1887-1968), siempre le llamó poderosamente la atención. Jorge siempre oyó hablar, en su infancia, de un primo de su padre que no se dedicaba a lo mismo que la mayoría de los familiares (el Derecho, la diplomacia o los negocios de alto nivel), sino que escribía novelas escandalosas y cuya vida personal era un desastre.
La novela tiene interés desde el punto de vista de la historia de Chile, que se va recorriendo poco a poco, partiendo de un fin de siglo XIX turbulento, con dictaduras y tentativas de golpes de estado, hasta la segunda mitad del XX, donde se ha conseguido una estabilidad algo más fuerte. En ese contexto entran a colación las aventuras de este mujeriego, bebedor y sobre todo, jugador, que desde una edad muy temprana va derrochando la fortuna de la familia y su reputación en el ámbito de la aristocracia chilena. A ello contribuyen también sus escandalosas novelas, que dan a conocer, bajo nombres ficticios, todos los datos humillantes no sólo de su persona, sino también de su familia y el entorno social chileno que Joaquín conoce.
Aunque nunca terminamos de identificarnos con el protagonista, hay ciertos pasajes memorables, de una intensidad, humor, dramatismo que merecen la pena. Por lo demás, la novela desconcierta a veces, ya que en algunos casos sentimos que estamos ante un tratado de crítica literaria, donde se nos cuentan los argumentos de las novelas de Joaquín y su posible relación con historias reales de la familia, y en otros pensamos más bien en una biografía, un libro de memorias o un documento histórico.
Es, por tanto, un libro desigual, con momentos estelares pero también zonas insignificantes, como la vida de cualquier persona.
Ángel Esteban