Vivimos en un tiempo de paradojas, en el que hay una gran disonancia entre lo que somos y lo que aspiramos a ser. Cuando estamos más interconectados, exacerbamos el nacionalismo; hablamos de perfeccionar el cuerpo humano mediante el transhumanismo, y nos encontramos en medio de una de las mayores epidemias de salud mental; y con los medios más avanzados de comunicación, hay más personas que experimentan una soledad insoportable.
Es precisamente esta soledad colectiva el tema que aborda Marino Pérez Álvarez en este ensayo. El autor no tiene miedo de los temas polémicos: es coautor de Nadie nace en un cuerpo equivocado y ha sufrido censura y escraches por su crítica a la ideología de género. Ahora le toca al turno al individualismo. Critica la comprensión moderna de la conciencia y, lejos de pensar que somos más auténticos cuando actuamos espontáneamente, sugiere que nuestro yo interior es también conformado por el entorno social.
La divinización del yo prometía el paraíso, pero el sujeto no lo ha encontrado tras liberarse de los marcos normativos. Por el contrario, al centrarse en sí mismo, ha olvidado al otro. Por eso hay lo que denomina “muchedumbres solitarias”. Pérez explica cómo ese yo aislado atisba una salida en el contacto que posibilitan las redes sociales.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que el individuo no “usa” las redes, sino que estas lo transforman. Así, alude a numerosos estudios que relacionan las redes sociales con enfermedades mentales, y acusa de complacencia a los legisladores. La confluencia del yo con las redes sociales crea lo que llama “individuos flotantes”.
El ensayo de Pérez, con un tono divulgativo y cercano, pone el foco en uno de los problemas más importantes de la sociedad actual. Puede ser muy interesante para padres y formadores. Ante la soledad de quienes pululan todo el día por el mundo digital, con innumerables seguidores superficiales, el autor propone clarificar nuestros valores y plantearnos preguntas como las siguientes: ¿Realmente son los likes lo más importante en la vida? ¿Queremos dedicarnos a hacer selfis y mirar fotos todo el tiempo? ¿No conviene emplear el tiempo en cultivar verdaderas amistades?