Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) es doctora en Filología Clásica y escritora. En este ensayo, dedicado a los orígenes de los libros, aporta tanto sus conocimientos de la antigüedad como una elegante manera de narrar, muy literaria, que esquiva la rigidez del manual y el tono argumentativo de los libros de investigación. Repleto de anécdotas, citas y referencias que conectan el pasado con la actualidad, incluye también algunas historias personales que añaden al libro un matiz de memorialismo.
La primera parte está dedicada a Grecia, al papel que desempeñó en la consolidación del libro en sus diferentes formatos como vehículo para retener y difundir los saberes. De manera especial, destaca la autora cómo la generalización de los rollos de papiro supuso un increíble avance en la historia del libro. El papiro, al contrario que las tablillas de arcilla, era un material fino, ligero, flexible y fácil de conseguir en Egipto, donde se instalan el Museo y la Biblioteca de Alejandría, una iniciativa de Alejandro Magno que llevó a la práctica Ptolomeo y que convirtió a la ciudad egipcia en el centro de la cultura de Oriente y Occidente, no solo por el número de libros almacenados, sino por la presencia en el Museo de numerosos sabios y especialistas que desarrollaron al máximo las posibilidades de sus respectivas ciencias.
Sin embargo, los rollos de papiro sufrían en otras latitudes muchos desperfectos a causa del frío y la lluvia. De ahí que, en Europa, se impusiera el uso del pergamino, que procedía de las pieles de becerro, oveja, carnero y cabra.
La obra no sigue un hilo lineal, sino que la autora introduce frecuentes digresiones para ampliar algunos temas o para rescatar historias secundarias, muchas de ellas muy eruditas y entretenidas, como la de Demetrio de Falero, el inventor del oficio de bibliotecario; o la importancia de la Biblioteca de Hattusa, en la capital de los hititas; la destrucción de la Biblioteca de Alejandría; los numerosos casos de bibliocastia en la antigüedad, o el prestigio que tuvo en la educación de aquellos años el conocimiento de los autores griegos, sobre todo de los libros de Homero.
Con el desarrollo del libro surgen las bibliotecas y el trabajo de los libreros, todavía de una manera ocasional y marginal, pero con un protagonismo creciente que, en la época romana, a la que está dedicada la segunda parte, adquirirá importantes dimensiones para la difusión del libro, y la cultura y la fama de los autores. La autora describe la creciente democratización del libro con numerosos detalles, historias y anécdotas, desde el nacimiento de las ediciones de bolsillo a la proliferación de librerías, pasando por el auge de los códices, las bibliotecas públicas y la irrupción del papel en el proceso de producción.
El infinito en un junco no es un libro fácil de encasillar, pues no se trata de una historia del libro en la época clásica, ni de un ensayo sobre la difusión de la cultura en la época griega y romana. De todo esto se habla, sí, pero sobre todo,la autora, con su erudición, realiza un emocionado homenaje a la cultura y al mundo del libro.